domingo, 17 de enero de 2010

DE CADA DIEZ HAITIANOS



SIETE AÑOS DESPUES (ABRIL DE 1978)

(Fragmento)

Haití es el país más pobre del hemisferio occidental. Allí hay más lavapíés que lustrabotas: niños que a cambio de una moneda lavan los pies de clientes descalzos, que no tienen zapatos para lustrar. Los haitianos viven, en promedio, poco más de treinta años. De cada diez haitianos, nueve no saben leer ni escribir. Para el consumo interno, se cultivan las ásperas laderas de las montañas. Para la exportación, los valles fértiles: las mejores tierras se dedican al café, al azúcar, al cacao y otros productos que requiere el mercado norteamericano. No muchos juegan al béisbol en Haití, pero Haití es el principal productor mundial de pelotas de béisbol. No faltan en el país talleres donde los niños trabajan por un dólar diario armando cassettes y piezas electrónicas. Son, por supuesto, productos de exportación; y, por supuesto, también se exportan las ganancias, una vez deducida la parte que corresponde a los administradores del terror. El menor asomo de protesta implica, en Haití, la prisión o la muerte. Por increíble que parezca, los salarios de los trabajadores haitianos han perdido, entre 1971 y 1975, una cuarta parte de su bajísimo valor real. Significativamente, en ese período, entró al país un nuevo flujo de capital estadounidense.

Recuerdo un editorial de un diario de Buenos Aires, publicado hace un par de años. Un viejo diario conservador bramaba de ira porque en algún documento internacional la Argentina aparecía como un país subdesarrollado y dependiente. ¿Cómo una sociedad culta, europea, próspera y blanca podía ser medida con la misma vara que un país tan pobre y tan negro como Haití?

Sin duda, las diferencias son enormes –aunque poco tienen que ver con las categorías de análisis de la arrogante oligarquía de Buenos Aires. Pero, con todas las diversidades y contradicciones que se quiera, la Argentina no está a salvo del círculo vicioso que estrangula la economía latinoamericana en su conjunto y no hay esfuerzo de exorcismo intelectual que pueda sustraerla a la realidad que comparten, quien más, quien menos, los demás países de la región.

Al fin y al cabo las matanzas del general Videla no son más civilizadas que las de Papa Doc Duvalier o su heredero en el trono, aunque la represión tenga, en la Argentina, un nivel tecnológico más alto. Y en lo esencial, ambas dictaduras actúan al servicio del mismo objetivo: proporcionar brazos baratos a un mercado internacional que exige productos baratos.


Eduardo Galeano
Las Venas Abiertas de América Latina
Editorial Siglo XXI.

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