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jueves, 25 de febrero de 2010

A MANO ARMADA



CIVILIZACION




Un hombre muere en mí siempre que un hombre

muere en cualquier lugar, asesinado

por el miedo y la prisa de otros hombres.



Un hombre como yo; durante meses

en las entrañas de una madre oculto;

nacido, como yo,

entre esperanzas y entre lágrimas,

y -como yo- feliz de haber sufrido,

triste de haber gozado,

Hecho de sangre y sal y tiempo y sueño.



Un hombre que anheló ser más que un hombre

y que, de pronto, un día comprendió

el valor que tendría la existencia

si todos cuantos viven

fuesen, en realidad, hombres enhiestos,

capaces de legar sin amargura

lo que todos dejamos

a los próximos hombres:

El amor, las mujeres, los crepúsculos,

la luna, el mar, el sol, las sementeras,

frío de la piña rebanada

sobre el plato de laca de un otoño,

el alba de unos ojos,

el litoral de una sonrisa

y, en todo lo que viene y lo que pasa,

el ansia de encontrar

la dimensión de una verdad completa.



Un hombre muere en mí siempre que en Asia,

o en la margen de un río

de África o de América,

o en el jardín de una ciudad de Europa,

Una bala de hombre mata a un hombre.



Y su muerte deshace

todo lo que pensé haber levantado

en mí sobre sillares permanentes:

La confianza en mis héroes,

mi afición a callar bajo los pinos,

el orgullo que tuve de ser hombre

al oír -en Platón- morir a Sócrates,

y hasta el sabor del agua, y hasta el claro

júbilo de saber

que dos y dos son cuatro...



Porque de nuevo todo es puesto en duda,

todo

se interroga de nuevo

y deja mil preguntas sin respuesta

en la hora en que el hombre

penetra -a mano armada-

en la vida indefensa de otros hombres.

súbitamente arteras,

las raíces del ser nos estrangulan.



Y nada está seguro de sí mismo

-ni en la semilla en germen,

ni en la aurora la alondra,

ni en la roca el diamante,

ni en la compacta oscuridad la estrella,

¡cuando hay hombres que amasan

el pan de su victoria

con el polvo sangriento de otros hombres!



Jaime Torres Bodet.

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domingo, 20 de diciembre de 2009

ABORTAN EMBRIONES





LA LUCHA POR LA VIDA


Nada hay más relativo para el biólogo que el concepto de lo monstruoso. Todos los vivientes son monstruos los unos para los otros. El hombre es monstruo comparado al primate ancestral. La amiba es monstruo en relación a la materia, la cual es monstruo en relación a la nada.


Lo que percibimos de la lucha por la vida no nos da sino una ligera idea de  la matanza universal. En todo momento, en las matrices o a la luz del día, perecen gérmenes, abortan embriones. Las más duras hecatombes naturales se efectúan sin derrame de sangre y sin exhibición de cadáveres. Nacer es ya una suerte o una mala suerte insigne.


La biología niega al hombre todo atributo esencial que no pertenezca  también al resto de los vivientes. De grado o por fuerza, él los arrastra tras sí como un inmenso  ejército de pobres con los que  está obligado a compartir todo lo que él se atribuye.



Jean Rostand
El hombre y la vida
Fondo de Cultura Económica.


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