
DEMOCRATIZACIÓN DEL PODER
(Fragmento)
Los partidos actuales, a los que antes nos hemos referido, partidos de masas, son fundamentalmente organizatorios y por tanto, regimentados. Sin embargo, no encuadran, ni mucho menos, a la población electoral total del país. Desembocamos así en una nueva limitación del poder, la que estriba en su democratización real. Democracia es, por una parte, como acabamos de ver, el reconocimiento de la oposición. Sin tensión, sin discrepancia, sin oposición – montadas, es verdad, sobre una base de acuerdo o “pacto” constitucional- no hay democracia y de ahí la pasión “por la unanimidad”, como se la ha llamado, de los regímenes totalitarios, que necesitan “probar” a todo trance la inexistencia de la oposición. Pero si no se consigue mover el interés político de los ciudadanos, hacerles entrar en el juego político y participar de la responsabilidad y, por tanto, del poder político, tampoco hay democracia. Según el vocabulario político del siglo XVIII, democracia es identificación de una misma persona, el ciudadano, del súbdito y del soberano. La identificación política actual –al menos como meta- de gobernantes y gobernados –dejada a salvo, como veíamos al final del capítulo anterior , la diferenciación funcional- corre paralela a la identificación actual de productores y consumidores. Antes eran unos los que mandaban y los mismos, poco más o menos, quienes consumían, en tanto que a los demás, a la mayor parte, les tocaba obedecer y producir, sin consumir más que el mínimo vital. Hoy la economía de consumo y la democracia de masas tienden a hacer participar a todos del consumo y del poder.
Mas ¿cómo lograr esto último, cómo lograr una verdadera democratización del poder, lo que hoy llama la ciencia política legitimidad en sentido sociológico? Evidentemente, mediante la participación en el poder del mayor número posible de ciudadanos. Para ello se requiere, ante todo, una extensión de la información política (que era el sentido “preparatorio” de la Ilustración) y político económica, que permita a las gentes formarse una opinión política. Ahora bien, la opinión política difícilmente puede ser formada por cada cual sin ser influenciado por los demás, y, particularmente, por las élites políticas. Como ha hecho ver Duverger, la “opinión bruta” es inaprensible y ni siquiera podría consistir más que en vagas tendencias inarticuladas. La opinión política es siempre el resultado de la propaganda –ninguna información política es asépticamente imparcial- y, por lo tanto, en algún grado, “manipulada”.
José Luis L. Aranguren
Etica y política
Ediciones Orbis, S.A.
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