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jueves, 17 de septiembre de 2009

ULTIMO Y PRIMERO




LA INDEPENDENCIA QUE NO FUE.

Así acabaron sus días los héroes de la emancipación latinoamericana:

Fusilados: Miguel Hidalgo, José María Morelos, José Miguel Carrera y Francisco de Morazán.

Asesinado: José Antonio de Sucre.

Ahorcado y descuartizado: Tiradentes.

Exiliados: José Artigas, José de San Martín, Andrés de Santa Cruz y Ramón Betances.

Encarcelados: Toussaint L´ Ouverture y Juan José Castelli

José Martí cayó en batalla

Simón Bolívar murió en soledad.

El 10 de Agosto de 1809, mientras la ciudad de Quito celebraba la liberación, alguna mano anónima había escrito en un muro:

Ultimo día del despotismo

y primero de lo mismo.

Dos años después, Antonio Nariño comprobó en Bogotá:

-Hemos mudado de amo.


Eduardo Galeano.

Espejos. Una historia casi universal.

Editorial Siglo XXI.

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lunes, 14 de septiembre de 2009

LA LIBERTAD DE ELEGIR





16 DE SEPTIEMBRE DE 1910

(Fragmento)

Compañeros:

Un recuerdo glorioso y una aspiración santa nos congrega esta noche. Cada vez más claro, según el tiempo avanza; cada vez más definido, según pasan los años, vemos aquel acto grandioso, aquel acto inmortal llevado a cabo por un hombre que en los umbrales de la muerte, cuando su religión le mostraba el cielo, bajó la vista hacia la tierra, donde gemían los hombres bajo el peso de las cadenas, y no quiso irse de esta vida , no quiso decir su eterno adiós a la humanidad sin antes haber roto las cadenas y transformado al esclavo en hombre libre.

Yo gusto de representarme el acto glorioso. Veo con los ojos de mi imaginación la simpática figura de Miguel Hidalgo. Veo sus cabellos blanqueados por los años y por el estudio, flotar el aire: veo el noble gesto del héroe iluminar el rostro apacible de aquel anciano. Lo veo, en la tranquilidad de su aposento, ponerse repentinamente en pie y llevar la mano nerviosa a la frente. Todos duermen, menos él. La vida parece suspendida en aquel pueblo de hombres cansados por el trabajo y la tiranía; pero Hidalgo vela por todos. Veo a Hidalgo lanzarse a la cabeza de media docena de hombres para someter a un despotismo sostenido por muchos miles de hombres. Con un puñado de valientes llega a la cárcel y pone en libertad a los presos; va a la iglesia después y congrega al pueblo, y, al frente de menos de cincuenta hombres, arroja el guante al despotismo.

Este fue el principio de la formidable rebelión cuyo centenario celebramos esta noche; este fue el comienzo de la insurrección que, si algo puede enseñarnos, es a no desconfiar de la fuerza del pueblo, porque precisamente fueron sus autores los que aparentemente son los más débiles. No fueron los ricos los que rodearon a Hidalgo en su empresa de gigante: fueron los pobres, fueron los desheredados, fueron los parias, los que amasaron con su sangre y con sus vidas la gloria de Granaditas, la tragedia de Calderón y la epopeya de las Cruces.

Los pobres son la fuerza, no porque son pobres, sino porque son el mayor número. Cuando los pueblos tengan la conciencia de que son más fuertes que sus dominadores, no habrá más tiranos.

Proletarios: la obra de la Independencia fue vuestra obra; el triunfo contra el poderío de España fue vuestro triunfo; pero que no sirva este triunfo para que os echéis a dormir en brazos de la gloria. Con toda la sinceridad de mi conciencia honrada os invito a despertar. El triunfo de la Revolución que iniciasteis en Ayutla os dio la libertad política; pero seguís siendo esclavos, esclavos de ese moderno señor que no usa espada, no ciñe casco guerrero, ni habita almenados castillos, ni es héroe de alguna epopeya: sois esclavos de ese nuevo señor cuyos castillos son los Bancos y se llama el Capital.

Todo está subordinado a las exigencias y la conservación del Capital. El soldado reparte la muerte en beneficio del Capital; el juez sentencia a presidio en beneficio del Capital; la máquina gubernamental funciona por entero, exclusivamente en beneficio del capital; el Estado mismo, republicano o monárquico, es una institución que tiene por objeto exclusivo la protección y salvaguardia del Capital. El Capital es el dios moderno a cuyos pies se arrodillan y muerden el polvo los pueblos todos de la tierra. Ningún dios ha tenido mayor número de creyentes ni ha sido tan universalmente adorado y temido como el Capital, y ningún dios, como el Capital, ha tenido en sus altares mayor número de sacrificios.

El dios Capital no tiene corazón ni sabe oír. Tiene garras y tiene colmillos. Proletarios, todos vosotros estáis entre las garras y colmillos del Capital; el Capital os bebe la sangre y trunca el porvenir de vuestros hijos. Si bajáis a la mina, no es para haceros ricos vosotros sino para hacer ricos a vuestros amos; si vais a encerraros por largas horas en esos presidios modernos que se llaman fábricas y talleres, no es para labrar vuestro bienestar ni el de vuestras familias: es para procurar el bienestar de vuestros patrones; si vais a la línea de ferrocarril a clavar rieles, no es para que viajéis vosotros, sino vuestros señores; si levantáis con vuestras manos un palacio, no es para que lo habiten vuestra mujer y vuestros hijos, sino para que vivan en él los señores del Capital. En cambio de todo lo que hacéis, en cambio de vuestro trabajo, se os da un salario perfectamente calculado para que apenas podáis cubrir las más urgentes de vuestras necesidades, y nada más.

El sistema de salario os hace depender, por completo, de la libertad y el capricho del Capital. No hay más que una sola diferencia entre vosotros y los esclavos de la antigüedad, y esa diferencia consiste en que vosotros tenéis la libertad de elegir vuestros amos.


Ricardo Flores Magón

Discuros

Ediciones Antorcha.


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VIVA LA INDEPENDENCIA!!!






EL GRITO DE AJETREO

El episodio que sigue es tan conocido que no vale la pena contarlo. Voy a referirme a él brevemente nomás para no perder el hilo del relato y precisar algunos puntos que la leyen­da ha borroneado. Es el que empieza con mi cabalgada nocturna y termina con Periñón en la iglesia dando lo que ahora se llama el "Grito de Ajetreo".

Dicen que yo tenía tanta prisa por avisar a mis compañeros que la Junta de Cañada había sido descubierta, que reventé cinco caballos aquella noche. Que me detuve en Muérdago nomás el tiem­po que necesité para dar el mensaje y dejar que Ontananza y Aldaco montaran, desenvainaran espadas y gritaran " ¡a las armas!". Luego viene "el abrazo". Un pintor que quiso evocar mi llegada a Ajetreo, me representó sacando el pie de debajo de un caballo muerto, al fondo se ve la iglesia, Periñón está en el atrio y va co­rriendo hacia mí con los brazos abiertos. Dicen que apenas di la noticia Periñón hizo tocar a rebato, que llegaron los fieles corrien­do y que cuando se llenó la iglesia, Periñón subió al púlpito y gri­tó:

— ¡Viva México! ¡Viva la independencia! ¡Vamos a matar es­pañoles !

Que la gente le hizo coro, que él sacó una espada, que salió de la iglesia y que todos lo seguimos.

Es una visión inexacta. Si yo hubiera reventado cinco caballos hubiera llegado antes, o bien mucho después, porque no es camino en el que se pueda cambiar de montura con facilidad. Fui al paso que daba mi yegua. Era noche de luna y yo estaba lleno de miedos. A veces arrendaba para escuchar, creyendo oír galopes lejanos, a veces me espantaban las formas de los huizaches, el peor susto me lo dieron unos que iban por el camino buscando un becerro perdi­do. Miedos vanos, nadie me persiguió aquella noche. Llegué a Muérdago clareando, y desayuné con la familia Aldaco.

Siguen las horas perdidas que pasamos discutiendo. Ontanan­za aconsejaba cautela: dejar pasar el tiempo y esperar más noticias.

Aldaco y yo tratábamos de hacerle ver que no teníamos más que dos caminos: el de levantarnos en armas ese día y el de San Juan de Ulúa. Por fin lo convencimos. Cuando me puse en camino otra vez ya estábamos de acuerdo: yo iría a Ajetreo, ellos me seguirían al día siguiente con sus escuadrones, nuestro primer objetivo mili­tar iba a ser la ciudad de Cuévano.

A mi llegada a Ajetreo no hubo abrazo, porque Periñón no estaba. Había ido a visitar amigos que vivían fuera del pueblo. Sus sobrinas me dieron de cenar mientras Cleto fue a buscarlo. Periñón regresó pasadas las nueve y media. Pero apenas supo lo que había ocurrido en Cañada no titubeó.

Llamó a su gente en secreto y la armó. A la cabeza de ellos fuimos a buscar, primero al delegado Patino y después a los cuatro españoles que vivían en el pueblo.

—Dense presos en nombre de la independencia —les dijo Pe­riñón.

No hallábamos dónde encerrarlos. Por fin se nos ocurrió llevar­los a la cárcel. Hubo que soltar a los presos. Entonces oí a Periñón decir su primer discurso revolucionario:

—Libertad os doy —dijo a los presos— porque habéis sido vícti­mas de un gobierno injusto.

— ¡Viva el señor cura Periñón! —gritaron los presos.

Lo siguieron lealmente en su aventura. Todos murieron.

Cuando la campana tocó a rebato ya el peligro había pasado: los españoles estaban presos, los alguaciles desarmados, la ciudad en nuestras manos.

Periñón descolgó la imagen de la Virgen Prieta que estaba en el cuadrante, arrancó tres palos del bastidor y amarró el cuadró a una lanza, convirtiéndola en estandarte.

—Esta será nuestra bandera —dijo— y con ella venceremos. Cuando la iglesia se llenó, salió al presbiterio y gritó: — ¡Viva México! ¡Viva la independencia! ¡Viva la Virgen Prieta!

El pueblo le contestó:

—¡Viva el señor cura Periñón!

Ni él gritó " ¡vamos a matar españoles!" ni matamos a ninguno aquella noche. Periñón abrió una barrica del vino que él mismo ha­cía y nos dio a probar. Estaba agrio. Después dispuso guardias y nos fuimos a dormir.


Jorge Ibarguengoitia

Los pasos de López

Booket

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