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domingo, 14 de marzo de 2010

EL BANQUERO DE LOS POBRES




OTROS MUNDOS SON POSIBLES
(Fragmentos)
Se muere de muchas maneras, pero la muerte por inanición es la más inaceptable. Va tomando cuerpo con lentitud. Segundo tras segundo, el espacio entre la vida y al muerte se reduce inexorablemente. En un momento dado, la vida y la muerte están tan próximas que se tornan casi indistinguibles, y no se sabe si la madre y el hijo, postrados en el suelo, se encuentran todavía entre nosotros o ya se fueron al otro mundo. La muerte sucede a pasos tan sigilosos que ni siquiera la escuchamos arribar. Y todo esto por un puñado de alimentos. En los alrededores, el mundo come a placer, pero no ese hombre, no esa mujer. El bebé llora, y luego acaba por dormirse, sin la leche que necesita. Mañana, quizás, ya no tendrá fuerzas para gritar (p.18).
Yunus era entonces profesor de economía: “Comencé a cobrar conciencia de la vanidad de esa enseñanza. ¿Para qué servía, si la gente se moría de hambre en las calzadas y en los portales?” El campus de la Universidad de Chittagong donde era profesor estaba en la vecindad de la aldea de Jobra. Dice Yunus: “Decidí volver a ser estudiante. Jobra sería mi universidad; la gente de Jobra, mis profesores. Me sentía dominado por un sentimiento de impotencia ante el flujo creciente de hambrientos de Dhaka (la capital). No podría ayudar a mucha gente, pero sin duda podría ser útil por lo menos a uno de mis semejantes”. La primera conversación que relata es con una mujer, Sufia, que hacía taburetes con bambú proporcionado por un comerciante al que ella misma le entrega las piezas terminadas a cambio de una mísera ganancia. Yunus le pregunta si no puede pedir dinero prestado, comprar ella misma el bambú y vender los taburetes por su cuenta. Ella contesta que los prestamistas le exigirían muchísimo y cuenta que algunos cobran 10 por ciento de interés a la semana e incluso al día. Recuerdo en los años sesenta haber escuchado la descripción de los agiotistas de la merced que prestaban en la madrugada a los dueños de los puestos y regresaban al final del día a cobrar lo prestado más 10 por ciento. Comenta Yunus: “En Bangladesh los intereses usureros son moneda corriente. Se incorporaron de tal manera a los hábitos que ni siquiera el mismo prestamista advierte hasta qué punto el contrato es leonino” (p.22). Y añade en tono profético: “Toda sociedad tiene sus usureros. Mientras los pobres continúen al servicio de los prestamistas, ningún programa económico podrá revertir el proceso de alienación”. Lo que esta mujer ganaba era el equivalente a 2 centavos de dólar por una jornada de arduo trabajo. Dice Yunus que se quedó petrificado. Y de aquí derivó la sencilla idea de lo que sería el Grameen:
“De aquel estado de semiesclavitud Sufia no saldría jamás mientras no encontrara cinco takas (el costo del bambú). Su solución vendría con el crédito, que le posibilitaría revender sin compromisos sus productos en el mercado, obteniendo un margen bastante mejor entre los costos de los materiales y el precio de venta” (p.26).
Yunus le encargó a un estudiante, Maimuna, que hiciera una lista con toda la gente de Jobra que, como Sufia, se endeudaba con intermediarios y era así despojada del fruto de su trabajo. La lista resultó de 42 personas que habían pedido prestado, en conjunto, el equivalente a menos de 27 dólares entre todas. Dice Yunus: “¡Dios mío, tanta miseria en esas cuarenta y dos familias y todo porque les falta el equivalente de 27 dólares!” Añade:
“Desgraciadamente, no existía ninguna institución financiera que pudiera satisfacer las necesidades de los pobres en materia de crédito. El mercado del crédito, ante la ausencia de instituciones oficiales, estaba acaparado por los prestamistas locales, que arrastraban a sus clientes cada día más lejos en el camino de la pobreza. Esa gente no era pobre por estupidez o por pereza. Trabajaban el día entero, cumpliendo tareas físicas de gran complejidad. Eran pobres porque las estructuras financieras del país no tenían la vocación de ayudarlos a mejorar su suerte. Era un problema estructural y no un problema de personas. Le di a Maimuna los 27 dólares y le dije: ‘Préstales este dinero a las 42 personas de nuestra lista. Así podrán rembolsar a sus acreedores y vender sus productos donde les ofrezcan un buen precio’. La semana siguiente, de pronto, tomé conciencia de que no bastaba lo que había hecho. Se requería encontrar una solución institucional...” (pp. 27-28).
Había empezado el banco Grameen Bank en 1976, prestando 27 dólares. En 1997 había prestado 2 mil 300 millones de dólares. En 1993 Yunus fue invitado a hablar, por primera vez, al Banco Mundial (BM) en Washington y cuenta que ahí explicó por qué pensaba que “el crédito debería ser considerado uno de los derechos humanos y cómo puede desempeñar un papel estratégico en la supresión del hambre en el mundo”. Muestra sus desacuerdos de entonces con el BM y su espíritu enorme de independencia que, junto con su gran creatividad, son dos de sus rasgos fundamentales:
“Nosotros nunca quisimos ni aceptamos dinero del BM porque no nos gusta el modo en que ellos hacen sus negocios. Sus expertos y consultores terminan apoderándose de los proyectos que financian. No descansan hasta moldearlos a su modo. No aceptamos que nadie se inmiscuya en el sistema que hemos construido ni que nos dicte qué debemos hacer ni nos obligue a adecuarnos a sus puntos de vista” (p.30).
Julio Boltvinik

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lunes, 22 de junio de 2009

CON EL PODER DE TU FIRMA

UNO MÁS

Despertó asustado, no era la primera vez, con dolor de cabeza, piernas, brazos, cuello, todo; tampoco le era desconocida esa sensación que había atribuido a las últimas semanas de depresión y furia contenida. El remedio no tenía visos de éxito, no veía televisión, no radio. Del periódico no había podido desprenderse y eso, según él, no pocas veces acentuaba sus molestias.

Al trabajo iba desmotivado. Lo de siempre, un jefe inútil, cuando asistía, invariablemente contaminaba el ambiente laboral, que terminaba siendo inaguantable. Nada que no compartiera con la inmensa mayoría de los habitantes de su ciudad, su país y/o casi todo el mundo.

Al sudor se agregó esa mañana una debilidad extrema y un color poco usual; su acostumbrado tinte nacional se había decolorado peligrosamente, así que aunque trató de ocultar su malestar, fue trasladado contra su voluntad a una de las beneméritas Instituciones de Salud, que para más, han sido de las pocas “glorias” del paisanaje, como solía llamar coloquialmente a sus compatriotas.

Los amplios pasillos de piso verde y grandes ventanales que le separaron de la sala de urgencias no sólo no lograron disminuir la fatiga y el dolor que se había concentrado en la mitad superior del cuerpo, sino que acentuaron el frió que le laceraba. Lo peor vendría minutos después… Pues sí, tiene un infarto le dijeron, hay que destapar la arteria, poner un dispositivo, bueno, usted sabe, es costoso…Los ojos salían de sus orbitas a medida que esa sensación indefinida –¿de estupor?– crecía en su interior. El joven médico que le pedía un depósito de noventa mil pesos, no perdía la forma. Claro, puede hacerlo mediante tarjeta de crédito…

Rápidamente calculó que lo que podría costar un taxi desde ese extremo de la ciudad hasta un hospital para pobres, si lo había. Sobre el riesgo de morir no tuvo tiempo de reflexionar, era uno más de los que sobran.

Tomás Uriarte.