
1847
Un incidente fronterizo sirve de pretexto a los pequeños Estados Unidos para declarar la guerra al gigante dormilón, guadalupano y protector de la única y verdadera fe. Comenzó el 8 de mayo de 1847 y en apenas 4 meses, el 13 de septiembre, los estadounidenses tomaban Chapultepec y colocaban su bandera en el Zócalo. Así perdimos California, Arizona, Colorado, Utah, Nevada, Nuevo México y se confirmó la pérdida de Texas. El país que era chico se hizo grande a costa del que era enorme pero empleaba su producción de plata, la mayor del mundo, en hacer altares. Dos enseñanzas hicieron perdedor a México desde su nacimiento:
1. La enfermiza idea según la cual nacimos de la derrota azteca y no del triunfo de los pueblos indios oprimidos por los aztecas y levantados en armas contra sus opresores.
2. La enferma doctrina católica por la que “de nada sirve ganar este mundo si se pierde el alma”. La ciencia y sus subproductos, la industria y la tecnología son, por supuesto, de este mundo. Y ya que el Papa acaba de permitir a los católicos, en 1992, que crean la teoría de Copérnico, según la cual la tierra gira en torno al sol, en 1821 no había nada que hacer, salvo ir a misa para aterrarse con el infierno.
Luis González de Alba.
Las mentiras de mis maestros
Ediciones Cal y Arena.
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