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jueves, 17 de septiembre de 2009

EROTISMO Y SEXUALIDAD





METAFORAS

(Fragmento)

Los actos eróticos son instintivos, al realizarlos el hombre se cumple como naturaleza. Esta idea es un lugar común, pero es un lugar común que encierra una paradoja: nada más natural que el deseo sexual; nada menos natural que las formas en que se manifiesta y se satisface. Y no pienso solamente en las llamadas aberraciones, vicios y otras prácticas peregrinas que acompañan a la vida erótica. Aun en sus expresiones más simples y cotidianas –la satisfacción del deseo, brutal, inmediata y sin consecuencias- el erotismo no se deja reducir a la pura sexualidad animal. Entre uno y otra hay una diferencia que no sé si debo llamar esencial. Erotismo y sexualidad son reinos independientes aunque pertenecen al mismo universo vital. Reinos sin fronteras, o con fronteras indecisas, cambiantes, en perpetua comunicación y mutua interpenetración, sin jamás fundirse enteramente. El mismo acto puede ser erótico o sexual, según lo realice un hombre o un animal. La sexualidad es general; el erotismo, singular. A pesar de que las raíces del erotismo son animales, vitales en el sentido más rico de la palabra, la sexualidad animal no agota su contenido. El erotismo es deseo sexual y algo más; y ese algo es lo que constituye su esencia propia. Ese algo se nutre de la sexualidad, es naturaleza; y, al mismo tiempo, la desnaturaliza.

La primera distinción que se nos ocurre, al pretender aislar al erotismo de la sexualidad, es atribuir al primero una complejidad de que carece la segunda. La sexualidad es simple: el instinto pone en movimiento al animal para que realice un acto destinado a perpetuar la especie. La simplicidad le viene de ser un acto impersonal; el individuo sirve a la especie por el camino más directo y eficaz. En cambio, en la sociedad humana el instinto se enfrenta a un complicado y sutil sistema de prohibiciones, reglas y estímulos, desde el tabú del incesto hasta los requisitos del contrato de matrimonio o los ritos, no por voluntarios menos imperiosos, del amor libre. Entre el mundo animal y el humano, entre la naturaleza y la sociedad, hay un foso, una raya divisoria. La complejidad del acto erótico es una consecuencia de esa separación. Los fines de la sociedad no son idénticos a los de la naturaleza (si es que ésta tien e realmente fines). Gracias a la invención de un conjunto de reglas –que varía de sociedad a sociedad pero que todas tienen la misma función- se canaliza el instinto. La sexualidad, sin dejar de servir a los fines de la reproducción de la especie, sufre una suerte de socialización. Lo mismo si se trata de prácticas mágicas – el sacrificio de vírgenes en el cenote sagrado de Chichén Itzá o la circuncisión- que de simples formalidades legales –los certificados de nacimiento y de buena salud en los casos de matrimonio civil- la sociedad somete el instinto sexual a una reglamentación y así confisca y utiliza su energía.


Octavio Paz

Las palabras y los días

Fondo de Cultura Económica.


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