
EL IMPUESTO POR CADA VENTANA
Puesto que ninguno de mis colaboradores me exponía los verdaderos problemas de la nación, por temor a despertar mi enojo, creía ser un gobernante popular y querido, cuando en realidad estaba sentado en un polvorín. No advertí la fragilidad de mi gobierno, hasta que me quitó la venda de los ojos el Obispo de Michoacán. Don Clemente de Jesús Munguía. Don Clemente era presidente del Consejo de Estado, un cargo honorífico sin atribuciones precisas, que mandé crear ex profeso para quedar bien con la Iglesia. Hasta entonces había tenido la delicadeza de hacerse invisible, pero un buen día apareció en mi despacho con un largo rosario de reclamaciones. En todo el país crecía el descontento por la vejatoria imposición de alcabalas, me advirtió. Eso de cobrar contribuciones por cada coche, por cada ventana y hasta por sacar el perro a la calle era una monstruosidad que me estaba granjeando el odio popular.
-Soy partidario de la dictadura ilustrada, general, pero usted se está acercando peligrosamente a la tiranía. Rectifique, por favor: el pueblo le está volviendo la espalda.
-¿A qué pueblo se refiere? –respingué-. Apenas pongo un pie en la calle la gente me abruma con su cariño.
-Usted solo ve lo que sus ministros le quieren mostrar. Han montado a su alrededor una costosa pieza de teatro, pero detrás de las bambalinas hay un pueblo oprimido que está acumulando rencor.
Munguía empleó palabras demasiado duras y no me dio el tratamiento de Alteza Serenísima, como lo exigía el protocolo. Para enseñarle a respetar las jerarquías lo removí del cargo y le impuse como cárcel el perímetro de su diócesis. Así aprendería a abstenerse de dar consejos que nadie le había pedido.
Enrique Serna
El Seductor de la Patria
Editorial Joaquín Mórtiz.
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