RUMBO AL DESTINO MANIFIESTO (1800 – 1860)
(Fragmento)
Durante el domingo 10 de mayo de 1846, excepto dos horas que pasó en la iglesia, Polk –que no era sincero ni para estornudar- trabajó preparando el pretexto para taladrar a la patria del Gua- temozín. Hacia el mediodía del lunes mandó al Congreso el mensaje de guerra. Con imponente dosis de cinismo manifestaba: “México ha cruzado nuestro territorio y derramado sangre norteamericana”
No faltaron compatriotas que condenaran la impostura . Un joven diputado por Illinois, llamado Abraham Lincoln, presentó ante la Cámara de Representantes las llamadas “Resoluciones acerca del Lugar” (Spot Resolutions), en las que le pedía al gobierno que señalara exactamente en dónde se habían realizado los actos hostiles, “y si estos habían sido o no provocados por un cuerpo de americanos armados enviados allí”. No había escapado a su inteligencia campesina el embuste de Polk. “Sospecho –dijo- que el Presidente está tan profundamente convencido de hallarse en el lado incorrecto, que siente que la sangre de esta guerra lo denuncia al cielo como la sangre de Caín y Abel”. El primer orador de su tiempo, Daniel Webster, alegó en el Senado: “La guerra ha sido promovida por el presidente. México es la parte ofendida, nosotros hemos descargado el primer golpe” Henry Thoreau –siempre inmune a las lacras del medio-, declaró: “Nuestro país no es el invadido, sino el invasor”. Hasta un expansionista como John Quincy Adams tuvo que reconocer que en el conflicto “las banderas de México eran las de la libertad”. Con la ruda franqueza del soldado, Ulysses Grant –que fuera protagonista de los sucesos- confesó en sus memorias (Personal Memories of U. S. Grant): “No creo que nunca haya habido una guerra más malvada que la librada por Estados Unidos contra México…, las tropas fueron enviadas a la frontera para provocar la lucha”.
Por 85 votos contra 81, el Congreso emitió una declaración en contra de los artífices del matadero: “Es una guerra innecesaria e inconstitucional comenzada por el presidente de los Estados Unidos”. Aceptar el “pretexto” hubiese sido tan despistado como creer que la lucha de los griegos con Troya fue por Helena (el mito de la belleza), y no por el juego del poder buscando una excusa para someter al vecino. La conspiración del brazo esclavista fue denunciada por el poeta James Russell Lowell con versos de este contenido:
Que griten la tonada de la Libertad
Hasta quedar con la cara morada:
Esto es un grande, enorme cementerio
Del derecho de nuestra raza;
Solo quieren esa California
Para meter más estados de esclavos,
Para engañarnos y burlarse de nosotros
Y saquearnos por completo.
El ejército invasor –infame que fue rival del terremoto- emprendió el camino que más de tres siglos antes había seguido Hernán Cortés con sus capitanes saqueadores. La población mexicana creció en heroísmo ante el bombardeo invasor. En Matamoros, Monterrey, Puebla, los guardianes nacionales y los niños héroes de Chapultepec grabaron episodios imborrables de sacrificio patriótico. Después de una carnicería en Molino del Rey y de la toma de la capital, unas pocas manos tristes y temblorosas izaron la bandera blanca. El 3 de septiembre de 1847, el pabellón estrellado ondeaba en la ciudad de Moctezuma, donde el lago legendario guarda los secretos de la cultura maya – tolteca.
El 2 de febrero de 1848, se firmó el Tratado de Guadalupe – Hidalgo - un típico convenio donde el lobo impone su ley y el cordero obedece y cumple- por el cual el lindante sometido por las armas, cedía las actuales demarcaciones de California, Arizona, Nuevo México, Nevada, Utah, parte de Colorado y Wyoming, reconociendo, además, el anterior saqueo de Texas. Una enorme superficie igual a Portugal, España, Francia, Italia y Alemania juntas. Polk anotó en su diario: “Yo pediría más territorios…”
Rafael San Martín
Biografía del Tío Sam
Editorial Ciencias Sociales.
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