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miércoles, 6 de enero de 2010

VÍCTIMAS DEL SÍNDROME DE LOS REYES MAGOS



TRABAJOS DE AMOR PERDIDOS
(Fragmento)

Cualquier día de enero uno se despierta con la rabiosa convicción de que ya nadie nos quiere. Establecido esto, se procede a revisar exhaustivamente la nómina de amistades, parientes y seres queridos y llega uno a la desoladora conclusión de que, hasta la fecha, hemos vivido en el error. Aquello que suponíamos afecto genuino no es más que una maligna mezcla de intereses inconfesables, ambiciones tipo Dinastía, lástima indigna y ganas de molestar. Engolfados ya en las azules aguas de la melancolía, decidimos que hemos fundado una familia que ni de lejos nos merece con una señora más frívola que René Casados y que solo piensa en comprarse un jumper color ciruela pasa. Ya en pleno delirio de autocompasión caemos en la cuenta de que, para colmo de desgracias, hemos procreado con esa señora un par de niños malignos que ya perdieron la mitad de las piezas del Meccano que les compramos en navidad y que además se permiten estar de buen humor a todas horas.

Instalados ya en ese paroxismo, nuestro sistema emocional comienza a desgobernarse totalmente. Seguros como estamos de que los que deberían querernos no nos aman y solo desean lo peor para nosotros, decidimos, por compensación, enamorarnos fulminantemente de los seres más extraños. Sin tener estadísticas a mano, estoy completamente seguro que es en enero, cuando se gestan todas estas tragedias sentimentales que, tiempo después, harán las delicias de los columnistas de sociales, los sicoanalistas, las tías y demás fauna nociva. Víctimas del síndrome de los Reyes Magos infinidad de maridos otrora formales y bien portados, deciden declarársele a la señorita que atiende el departamento de quesos en Aurrerá o a la gordita de quexquémel color café con leche que atiende la ventanilla para pago de tenencias. Del mismo modo, mujeres de vida ejemplar y cuya experiencia de lo orgiástico no había ido más allá de la lectura de la región más transparente se lanzan súbitamente a aventuras inauditas con el colocador de alfombras al que invitan a Valle de Bravo o a bailar al California. Lo que él decida.

Seamos tolerantes. La culpa es de los tiempos. El frío, penetrando por los intersticios de nuestro suéter de Chiconcuac, se cuela en el alma e impele a hombres y mujeres a intentar todo tipo de desafueros térmicos. No hay remedio. La mente se obnubila y uno está dispuesto a lo que sea con tal de vivir una pasión como las de Errol Flynn. Nada es real. Todo es efecto del frío y de los vestigios de romeritos que se nos han alojado en el cerebro. No es para nada el caso de las pasiones primaverales, esas sí, enormemente preocupantes. Por el contrario, las pasiones invernales se extinguen en su pura insensatez. Un ejemplo extremo de esto me lo acaba de proporcionar una querida amiga que ayer mismo me habló para confiarme con el máximo sigilo que se está enamorando perdidamente de su marido. Imagínese.


Germán Dehesa.
Qué modos. Usos y costumbres tenochcas.
Editorial Planeta.

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jueves, 24 de diciembre de 2009

SE ENTREGABAN A ESAS ORGÍAS



¡NO SE ACOMIDEN!

(Fragmento)


¡No se acomiden! , era la exclamación cotidiana. En diciembre la situación doméstica se tensaba aún más y lógicamente mi augusta Mater gritaba más seguido y más fuerte. Toda mi infancia la pasé sin entender por qué las mujeres decembrinas se entregaban a esas orgías de preparativos para una ceremonia que abarcaba, a lo mucho, cinco o seis horas. Mandar las tarjetas de felicitación, comprar los regalos, confeccionar una canasta para el jefe del marido, arreglar la casa, comprar el árbol y las cosas del nacimiento, bajar las series de las esferas y los focos para el árbol, descubrir que las esferas estaban hechas pinole y las series de focos chisporroteaban de horrible manera, comprar refacciones, matar al guajolote que llevaba un mes engordándose en la azotea, (oceánico llanto de Hospicia que ya le había agarrado cariño a Nicolasito), adquirir en la Negrita, en el centro de la ciudad, los ingredientes para preparar el bacalao que era la pieza fuerte de la gastronomía materna (se tiene que hacer con bacalao Langa y con aceite de olivo español, porque yo porquerías no preparo, mijito), poner el árbol y descubrir que la maravillosa punta plateada que remataba esta obra de arte era ya sólo un recuerdo pues ya ves que tu tío Pepe a la segunda copa se pone muy mal (y a la segunda botella, peor) y por sacar un regalo, se fue sobre el árbol y mira nada más cómo le dejó la punta que es carísima; poner el nacimiento con su espejito de agua con cisnes y un tiburón de hule que yo tenía y colocar con gran cuidado “el Misterio” (que es finísimo porque es español) y oír el alarido ¡Hospiciaaa! ¿quién le rompió la manita a la virgen?... pusepa, ¿no se habrá roto solita?, pegarle su manita a la virgen, dejar el pesebre vacío y rodeado de unos pastorcitos de cinco centímetros y unos borregos monstruosos como de treinta centímetros de alzada, adornar la casa, poner el cirio pascual, las coronas de adviento, envolver los regalos con un papel megacursi, entreverar los roperazos con mucha cautela pare evitar el efecto búmerang, agregar unas tarjetitas que decían “de” y “para” que a mi me encantaba revolver de modo que mi tía Aurora en plena artritis recibiera un balón de fútbol americano, inyectarle brandy al guajolote, ir al salón de belleza, supervisar el ponche, estrenar ropa exterior para la cena y ropa interior por si había milagrito en el pesebre, poner la mesa de modo que todos la chulearan y muchas tareas más que sería prolijo enumerar, pero que a mí me tuvieron siempre en el asombro. Esas recias ñoras tendrían que haberse caído muertas. Lejos de eso, todas disfrutaban la navidad y todas enviudaron con mucha dignidad.


Germán Dehesa
¡Qué modos! Usos y costumbres tenochcas
Editorial Planeta.

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domingo, 1 de noviembre de 2009

MIS MUERTOS VAN CONMIGO





DIA DE MUERTOS.


Durante la cena con Fernando Savater, este tenía un motivo adicional para documentar su desasosiego: en dos días regresaría a España y todavía no había comprado las calaveritas de azúcar que su esposa le había encargado de modo muy encarecido. Nosotros, los que habitamos el vulnerado paraíso conyugal, sabemos lo que nos espera cuando incurrimos en el delito de no cumplir estas solicitudes-mandatos de nuestra Penélope particular. ¡Una cosa que te encargo y no te da Dios licencia de tomarte la molestia!... no te lo hubiera encargado algún amigo tuyo, porque tarde se te haría para cumplirle su gusto… pero claro, yo ya solo soy una costumbre que no merece ser tomada en cuenta… y mi terapeuta ya me lo había advertido… y mira que prometí no llorar, pero estas cosas, estos detallitos, duelen. Olvídense. Es como una prosificación de Yerma en versión intensa. Piensen que de por sí las señoras ya están cabreadas porque no las llevamos al viaje.

Pero volvamos a las calaveritas. Me llama la atención que la muy apreciable esposa de un maestro de ética español considere que estas edulcoradas artesanías, cuyo aprecio está a la baja entre los mexicanos, pueda ser para ella un objeto deseable (el obscuro objeto)

Año con año, la sociedad mexicana se craquela en el momento en que tiene que decidir de qué manera va a celebrar a sus muertos. En los extremos están dos sectores fundamentalistas: los que trascendieron la calabaza en tacha, prefieren ir a Disneyworld que a Mixquic (donde hay más turistas que en Disneyworld) y sin el menor empacho (este es un decir, porque a los niños que se zumban diez pelón pelorrico y veinte raciones de chilito lucas se les taponan hasta las vías linfáticas), celebran el Halloween y se disfrazan de Homero Adams, Pinky y Cerebro, George Bush, Condolezza Rice y otras bizarras fantasías californianas. Otro sector de México se aferra a las recias tradiciones mexicanas y ponen su ofrenda y van a los panteones y decoran sus hogares con el tradicional cempasúchil (zempoalxóchitl) de Oregon. Esta variante tonifica mucho a las criaturas que contraen pulmonorrabia en el panteón mientras rezan el rosario de veinte misterios y van siendo devorados por el lodo panteonero y las múltiples calaveras. Yo milito en el sector moderado y, aunque en lo personal, no celebro nada, , tampoco impido los audaces experimentos de sincretismo mestizo que se avienta la Hillary. En casa tenemos ofrenda y Halloween y cada quién decide qué cara le pone a sus muertos. Probablemente voy a decir una herejía, pero he observado que los maravillosos chiquillos y chiquillas la pasan mejor y se divierten mucho más con el Halloween que con el dulce de calabaza que, dicho sea con todo el respeto que merecen las tradiciones, sabe como a Corega caduco ( su única virtud apreciable es que les sella la boca durante dos horas porque la lengua se adhiere al paladar como diputado a la curul). De todo esto, lo único que concluyo es que el destino de México no está en juego y que cada quien es muy libre de celebrar del modo que le resulte más satisfactorio. Yo nomás me agacho, dejo pasar estos días y espero a que la vida regrese. Sé muy bien que mis muertos van conmigo y que en mi genoma están en sesión permanente. En cuanto desaparecen los niños vestidos de Gasparín, regreso a la calle a pasear en compañía de mis ancestros.


Germán Dehesa

¡Qué modos! Usos y costumbres tenochcas

Editorial Planeta.


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domingo, 21 de junio de 2009

FELIZ DIA DEL PADRE

YO CONTRA MI

(Fragmento)


Disfrutaba, sobretodo, ir con mi padre, tomar el Insurgentes/Bellas Artes en Georgia e Insurgentes y tardar treinta minutos en llegar a la Alameda, y pasar junto a una escultura y agarrarle las nalgas a la escultura. Me decía mi papá:

-Yo primero porque soy tu mayor. Tú me la vas a dejar muy sebosa. -Y entonces le daba sus llegues.- Ahora vas tú. ¿Cómo es posible que un hijo mío no sepa ni agarrar un nalga? A ver, mira, te voy a enseñar cómo se ahueca la mano, cómo se le hace.

Esas enseñanzas son invaluables, esas sí sirven para la vida.

Germán Dehesa.

Nota completa en: http://www.fractal.com.mx/F32Dehesa.html

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