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jueves, 24 de diciembre de 2009

SE ENTREGABAN A ESAS ORGÍAS



¡NO SE ACOMIDEN!

(Fragmento)


¡No se acomiden! , era la exclamación cotidiana. En diciembre la situación doméstica se tensaba aún más y lógicamente mi augusta Mater gritaba más seguido y más fuerte. Toda mi infancia la pasé sin entender por qué las mujeres decembrinas se entregaban a esas orgías de preparativos para una ceremonia que abarcaba, a lo mucho, cinco o seis horas. Mandar las tarjetas de felicitación, comprar los regalos, confeccionar una canasta para el jefe del marido, arreglar la casa, comprar el árbol y las cosas del nacimiento, bajar las series de las esferas y los focos para el árbol, descubrir que las esferas estaban hechas pinole y las series de focos chisporroteaban de horrible manera, comprar refacciones, matar al guajolote que llevaba un mes engordándose en la azotea, (oceánico llanto de Hospicia que ya le había agarrado cariño a Nicolasito), adquirir en la Negrita, en el centro de la ciudad, los ingredientes para preparar el bacalao que era la pieza fuerte de la gastronomía materna (se tiene que hacer con bacalao Langa y con aceite de olivo español, porque yo porquerías no preparo, mijito), poner el árbol y descubrir que la maravillosa punta plateada que remataba esta obra de arte era ya sólo un recuerdo pues ya ves que tu tío Pepe a la segunda copa se pone muy mal (y a la segunda botella, peor) y por sacar un regalo, se fue sobre el árbol y mira nada más cómo le dejó la punta que es carísima; poner el nacimiento con su espejito de agua con cisnes y un tiburón de hule que yo tenía y colocar con gran cuidado “el Misterio” (que es finísimo porque es español) y oír el alarido ¡Hospiciaaa! ¿quién le rompió la manita a la virgen?... pusepa, ¿no se habrá roto solita?, pegarle su manita a la virgen, dejar el pesebre vacío y rodeado de unos pastorcitos de cinco centímetros y unos borregos monstruosos como de treinta centímetros de alzada, adornar la casa, poner el cirio pascual, las coronas de adviento, envolver los regalos con un papel megacursi, entreverar los roperazos con mucha cautela pare evitar el efecto búmerang, agregar unas tarjetitas que decían “de” y “para” que a mi me encantaba revolver de modo que mi tía Aurora en plena artritis recibiera un balón de fútbol americano, inyectarle brandy al guajolote, ir al salón de belleza, supervisar el ponche, estrenar ropa exterior para la cena y ropa interior por si había milagrito en el pesebre, poner la mesa de modo que todos la chulearan y muchas tareas más que sería prolijo enumerar, pero que a mí me tuvieron siempre en el asombro. Esas recias ñoras tendrían que haberse caído muertas. Lejos de eso, todas disfrutaban la navidad y todas enviudaron con mucha dignidad.


Germán Dehesa
¡Qué modos! Usos y costumbres tenochcas
Editorial Planeta.

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