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martes, 2 de febrero de 2010

PREFIERE CALLAR EL HECHO



POR QUÉ HAY FEMINICIDIO Y NO VARONICIDIO
(Fragmento)

Al leer noticias diarias y escucharlas en radio y tv, un marciano podría pensar que los humanos consideramos normal que a los varones nos maten, no así a las mujeres, y que no hay más violencia intrafamiliar que la ejercida por el marido contra la esposa y los hijos. Ellas nunca gritan ni amenazan ni insultan.
Las propias estadísticas señalan que la norma es entre 10 y 20 muertas de cada 100 muertes. Cuando las mujeres asesinadas son más de ese 20 por ciento comienza la preocupación. La explicación es clara: los hombres mueren más en todas circunstancias: los fetos varones causan más abortos naturales porque mueren en el útero con mayor frecuencia que las hembras y son expulsados o porque la matriz los desconoce y arroja como objetos extraños. Son detectados como tumores por las defensas maternas. En los primeros meses también es claro el sesgo de la naturaleza: los varones son menos resistentes a enfermedades y accidentes.
Y cuando la testosterona comienza su labor social, en la primera infancia, los accidentes mortales de niños superan con mucho los de niñas en todas las culturas. Luego, con la juventud, la matazón de hombres resulta escalofriante: a navajazos en el callejón de un pleito, en el auto estampado contra un árbol, en los deportes extremos. Y, sobre todo, en la guerra. Una masacre.
En todas las sociedades, sin excepción, la guerra está y ha estado a cargo de los hombres. El motivo es sencillo: ninguna especie necesita igual número de machos que de hembras. Las hembras vienen dotadas de un mejor sistema inmunitario, de mayores depósitos de reserva energética (en forma de grasa y redondeces) y el grupo les ofrece mayores cuidados porque no son sustituibles: gallina muerta es huevo o pollo perdido; en cambio, al gallo muerto lo sustituyen los restantes sin perjuicio alguno. Ningún granjero comete la tontería de comprar un pie de cría de 50 gallos para 50 gallinas. El macho es sustituible. La expresión humana de esa certeza la dicta el grito de salvamento en caso de desastre: ¡Mujeres y niños primero!

De ahí que nos horrorice particularmente el asesinato de mujeres y toda violencia contra ellas. Hay, además, un fuerte sesgo socialmente inducido en el recuento de la violencia: a cualquier hombre le avergüenza presentar queja porque le pegó su mujer. Prefiere callar el hecho. Si no lo calla levanta un buen número de cejas y produce risitas, a veces no tan escondidas. Por eso no llevamos recuento de la violencia doméstica contra el varón de la casa ni llamamos “varonicidio” al asesinato común de un hombre. Cuando hay muertos, es normal que la mayoría sean hombres.

Luis González de Alba
Por qué hay feminicidio y no varonicidio. Nota completa en:
           
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sábado, 12 de septiembre de 2009

SALVO IR A MISA




1847

Un incidente fronterizo sirve de pretexto a los pequeños Estados Unidos para declarar la guerra al gigante dormilón, guadalupano y protector de la única y verdadera fe. Comenzó el 8 de mayo de 1847 y en apenas 4 meses, el 13 de septiembre, los estadounidenses tomaban Chapultepec y colocaban su bandera en el Zócalo. Así perdimos California, Arizona, Colorado, Utah, Nevada, Nuevo México y se confirmó la pérdida de Texas. El país que era chico se hizo grande a costa del que era enorme pero empleaba su producción de plata, la mayor del mundo, en hacer altares. Dos enseñanzas hicieron perdedor a México desde su nacimiento:

1. La enfermiza idea según la cual nacimos de la derrota azteca y no del triunfo de los pueblos indios oprimidos por los aztecas y levantados en armas contra sus opresores.

2. La enferma doctrina católica por la que “de nada sirve ganar este mundo si se pierde el alma”. La ciencia y sus subproductos, la industria y la tecnología son, por supuesto, de este mundo. Y ya que el Papa acaba de permitir a los católicos, en 1992, que crean la teoría de Copérnico, según la cual la tierra gira en torno al sol, en 1821 no había nada que hacer, salvo ir a misa para aterrarse con el infierno.

Luis González de Alba.

Las mentiras de mis maestros

Ediciones Cal y Arena.


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