
(Fragmentos)
I
Esa misma foto alcanzaría a la prensa italiana. Terrible para Lillian, la ex esposa, y las hijas caminar por las calles de Roma mientras veían la imagen de su padre anclado a la boca de la mujer que más odiaban. Aunque en apariencia feliz, Vicente no podía eludir la culpa inmensa que tal acontecimiento le causaba cuando pensaba en sus hijas. Quizá por ello, un mes después del enlace, el grandote llamó a Lillian, a quien jamás dijo una palabra del asunto ni dio una explicación, ya que sólo Ana Cristina tuvo la “exclusiva” antes de su consumación.
—Sota, ¿cómo estás? —se identificó un atribulado presidente.
—Vicente, ¿qué paso, papá?, ¿qué pasó? —preguntó una estupefacta Lillian.
Un silencio mortal fue el preámbulo de la abrupta interrupción de la llamada que apenas comenzaba.
—No puedo hablar ahora, Sota, porque ahí viene Marta — concluyó el atemorizado vaquero.
Esa misma noche, durante la cena de homenaje, los periodistas ávidos y ansiosos se lanzaban sobre la diminuta mujer que apenas días antes era la misma que se sentaba frente a ellos, los llamaba “chicos” y les pedía que la interrogaran sobre la política y el gabinete.
La misma que cometía errores garrafales. La que off the record les hablaba de su amor por el presidente. La misma polémica y controvertida ex vocera que el gabinetazo foxista —por lo menos su gran mayoría— odiaba y temía. Por ahí andaba el psicólogo presidencial Ramón Muñoz, el que tenía como hobby “intervenir” los teléfonos de los miembros del gabinete y hasta el de Marta y el del mismísimo presidente. Al más puro estilo Don Corleone.
Personaje oscuro, ex seminarista, de ideas y prácticas de la ultraderecha católica, intrigante y controlador, detestaba a la flamante primera dama —sin embargo, había trabajado estrechamente con ella en Guanajuato—, a la que “supervisaba” en todo: en sus relaciones personales, laborales y familiares.
Y también Alfonso Durazo, ex vocero del asesinado candidato Luis Donaldo Colosio, que había abandonado el PRI para sumarse a la campaña foxista, ganándose la confianza del ranchero de Guanajuato. Tampoco era amigo de Marta, aunque pueden tranquilamente construir pactos temporales de convivencia. Ambos eran “el cerco” que muchas veces impedía que pudiera influir más en las decisiones políticas de su amado. Se decía en el círculo íntimo alrededor de Sahagún que ella no veía la hora de “sacárselos de encima” a los dos. Ese día disimuló todo lo que pudo y controló sus emociones como le enseñaron las monjas; los saludó sonriente mientras apretaba la mano del presidente.
—¡Tú ya no das conferencias...! —le espetó Vicente Fox, jalándola de un brazo cuando ella intentaba acercarse al lugar de los periodistas.
III
Para los jerarcas de la Iglesia católica mexicana, que veían en Vicente Fox la gran posibilidad de ingresar al poder perdido por culpa de una larguísima gestión de presidencias anticlericales, esta boda era un sacrilegio, una “irregularidad”, y no dejaron de levantar su báculo en señal de condena. Y junto a ellos, grupos minoritarios de ultras aportaron ideas: “Quien se separa de su esposa y se une a otra por las leyes civiles cae en estado de adulterio”, exclamo horrorizado Jorge Serrano, presidente de la organización derechista Provida. Sin embargo, la boda, según encuestas, tenía el respaldo mayoritario de los mexicanos, que en 75% la apoyaban.
—Cuando me enteré de la boda del presidente me sentí muy mal.
Estoy preocupado porque yo creo que la señora Mercedes [Quesada] debe estar peor. La señora seguro no acepta esta boda tan fácilmente. Ella es demasiado católica, —así se expresó desde Guanajuato el sacerdote, y amigo de la familia Fox desde hace más de 40 años, José Salazar.
“Ellos pueden participar de la Santa Misa, escuchar las Sagradas Escrituras, hacer obras de amor al prójimo y de justicia, tiene muchos caminos para su santificación. Por supuesto, están excluidos de la comunión eucarística que es la máxima expresión de la comunión en la Iglesia, pero no están excomulgados, ni la Iglesia los considera en pecado; son miembros de la Iglesia y el día que ellos reciban la sentencia de nulidad de sus respectivos matrimonios, entonces sólo así podrán pensar en segundas nupcias.” Fueron éstas las palabras del conservador cardenal primado de México Norberto Rivera. Vicente Fox Quesada se estremeció: más dependiente de las normas eclesiásticas que su nueva esposa, temía el castigo divino.
Es más, según quienes lo conocen bien, “temía y teme el infierno”.
Joaquín Navarro Valls, el vocero del Papa y miembro activo del Opus Dei, confirmó lo que a los ojos de cualquier católico era una condena del matrimonio, es decir, que la decisión de Fox de casarse por lo civil había causado en el reino de San Pedro “un cierto desconcierto”. Y sobre todo se encargó de desmentir rotundamente que hubiera alguna resolución favorable sobre la anulación matrimonial del presidente.
Olga Wornat
La Jefa
Grijalbo.