LA SECTA DE LAS SORGUIÑAS
(Fragmento)
Desde hacía algún tiempo, todos los rincones de la tierra labortana y navarra estaban llenos de sorguiñas. En las dos vertientes del pirineo vasco, desde Fuenterrabía hasta El Roncal y desde Bearn hasta Hendaya, las hechiceras imperaban, mandaban, curaban y hacían sortilegios.
¿Qué eran estas sorguiñas? ¿De dónde procedía su ciencia y su poder?
Para algunos, era la suya la clásica brujería de los romanos, llegada al país vasco por intermedio del Bearn; para otros tenía esta secta reminiscencias de antiguas prácticas religiosas de los euscaldunas.
Como en todas las zonas selváticas de Europa no dominadas por la ideología del semitismo, en el país vasco existía un culto en donde la mujer era sacerdotisa: la sorguiña. En las religiones africanas nacidas en el desierto, el hombre es el único oficiante, el profeta, el salvador, el mesías, el mahdi. La mujer está relegada al harén, la mujer es un vaso de impurezas, la mujer es un peligro; en cambio, en las regiones de las selvas europeas, la mujer triunfa, es médica, agorera, iluminada; se sienta sobre el sagrado tríopode, habla en nombre de la divinidad y se exalta hasta la profecía.
En los cultos semíticos, la mujer aparece siempre proscrita de los altares, siempre pasiva e inferior al hombre; en cambio, en las religiones primitivas de los europeos, aun en aquellas más pobres y menos pomposas, aparece la mujer grande y triunfadora. En la vida resplandeciente de los griegos es sacerdotisa y sibila; en la vida oscura y humilde de los vascos es sorguiña.
La hostilidad del semita por la mujer se advierte en los primeros cristianos; para los evangelistas, María tiene una importancia secundaria; en el suplicio de Cristo no se indica su presencia en las relaciones de San Mateo, de San Lucas ni de San Marcos; ninguno de ellos habla de sus dolores de Madre, ni cita la fecha de su muerte.
Estos primeros cristianos, de raza judía, no tuvieron, no pudieron tener el culto de la Virgen; fue necesario que el cristianismo tomara carácter europeo, se injertara en una raza politeísta, que había adorado a Venus, a Ceres y a Minerva, para que glorificase a la Madre de Dios.
Pío Baroja
La dama de Urtubi
Conaculta.
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