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martes, 26 de enero de 2010

VOLVAMOS A SER AMIGOS




JORGE LUIS BORGES
(Fragmento)

            -Es que yo no entiendo la venganza porque  después de todo vengándose uno  no deshace lo que se ha ahecho; si alguien mata a una persona que quiero, matándola a mi vez no resucito a mi muerto; de modo que me parece que cometo otro acto que también es irreversible. A mí la venganza me parece horrible y sobre todo la gente vengativa. Voy a darle un ejemplo así humildísimo. En Buenos Aires hay tres o cuatro personas  que yo sé que no debo saludarlas y ellas saben que no deben saludarme a mí, y eso significa que hemos sido amigos  y luego nos hemos enemistado, por lo tanto resolvimos dejar de ser amigos. Pero yo he olvidado todo el episodio con tal perfección que actualmente sé que soy el enemigo de Fulano pero ya no sé por qué, porque no me acuerdo. Y luego, de haber llegado a ser enemigo  pienso que antes debí haber sido bastante amigo, porque uno no es enemigo de personas que apenas conoce. Es imposible en una relación tan íntima. Me pasó con un escritor argentino; un día nos encontramos en una comida, yo estaba sentado al lado y todavía podía ver. Pensaba: “Este es Fulano  de Tal, pero yo no tengo que hablarle porque  estamos peleados”. Cuando llegamos a la hora del café volví a pensar: “Pero, esto es ridículo”, y le dije:
            “ -Oiga, dígame ¿usted es Fulano de tal?
“ -Sí, y usted es Borges
“ -¿Y estamos peleados?
“ –Sí- me volvió a decir él
“-Bueno, le digo, yo no sé por qué estamos peleados, me  he olvidado del motivo.
Y él me dijo –no sé si fuera verdad-:
“- Pues yo tampoco me acuerdo
“- Entonces volvamos a ser amigos, porque así es mucho más cómodo, ¿no?


Elena Poniatowska
Todo México I
Editorial Diana.


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miércoles, 2 de septiembre de 2009

TENIAN CUERNECITOS EN LA FRENTE





LOS SATIROS.


Así los griegos los llamaron: en Roma les dieron el nombre de Faunos, de Panes y de Silvanos. De la cintura para abajo eran cabras; el cuerpo, los brazos y el rostro eran humanos y velludos. Tenían cuernecitos en la frente, orejas puntiagudas y la nariz encorvada. Eran lascivos y borrachos. Acompañaron al dios Baco en su alegre conquista del Indostán. Tendían emboscadas a las Ninfas; los deleitaba la danza y tocaban diestramente la flauta. Los campesinos los veneraban y les ofrecían las primicias de las cosechas. También les sacrificaban corderos.

Un ejemplar de esas divinidades menores fue apresado en una cueva de Tesalia por los legionarios de Sila, que lo trajeron a su jefe. Emitía sonidos inarticulados y era tan repulsivo que Sila inmediatamente ordenó que lo restituyeran a las montañas.

El recuerdo de los Sátiros influyó en la imagen medieval de los diablos.



Jorge Luis Borges

El libro de los seres imaginarios

Editorial Bruguera.


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martes, 30 de junio de 2009

EL PEOR DE LOS PECADOS


EL REMORDIMIENTO


He cometido el peor de los pecados

que un hombre puede cometer. No he sido feliz.

Que los glaciares del olvido

me arrastren y me pierdan, despiadados.

Mis padres me engendraron para el juego

arriesgado y hermoso de la vida,

para la tierra, el agua, el aire, el fuego.

Los defraudé. No fui feliz. Cumplida

no fue su voluntad. Mi mente

se aplicó a las simétricas porfías

del arte, que entreteje naderías.

Me legaron valor. No fui valiente

No me abandona. Siempre está a mi lado

la sombra de haber sido un desdichado.



Jorge Luis Borges

(1899 -1986).

Páginas escogidas

Fondo Editorial Casa de las Américas.

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miércoles, 27 de mayo de 2009

LA LOCURA O LA MUERTE

LAS NINFAS


Paracelso limitó su habitación a las aguas, pero los antiguos las dividieron en Ninfas de las Aguas y de la Tierra. De estas últimas, algunas presidían sobre los bosques. Las Hamadríadas moraban invisiblemente en los árboles y perecían con ellos; de otras se creyó que eran inmortales o que vivían miles de años. Las que habitaban en el mar se llamaban Oceánidas o Nereidas; las de los ríos, Náyades. Su número preciso no se conoce; Hesíodo aventuró la cifra de tres mil. Eran doncellas graves y hermosas; verlas podía provocar la locura y, si estaban desnudas, la muerte. Una línea de Propercio así lo declara.
Los antiguos les ofrendaban miel, aceite y leche. Eran divinidades menores; no se erigieron templos en su honor.

Jorge Luis Borges
El libro de los seres imaginarios
Editorial Bruguera