25 DE DICIEMBRE
Volvamos a un correo anterior. Si me relaciono con un hombre a través de la Internet y no soy horrible: lo engaño en mi mundo real. Estoy jodida, porque ninguna de las dos opciones es completamente auténtica. Incluso quizá te has arrepentido de haberme pedido que fuera tu novia: si algún día me conoces y resuelto horrible, sentirás pena por la Pobre Fátima porque no querrás volver a verla; si continúas sIn conocerla te seguirá siendo muy difícil sentirla realmente tu novia, tu pareja.
¿Qué hacer, adorado? El amor es cuestión de fe, como la religión: lo sentimos, mientras lo sentimos, existe. Tú para mi existes como si estuvieras en mi mundo real; soy tu novia y tu amante, por lo tanto no es metáfora ni galantería cuando digo que soy tuya, ¿qué de raro tendría serle fiel al hombre que se ama?
“¿Te amo?”, preguntas y entonces dudas. Sí, más de lo que imaginas. ¿Por qué? Porque eres un hombre al que se puede amar. ¿Trato con hombres en el mundo real? Claro, las intenciones que ellos tengan, no me importan, a mí ellos no me interesan amorosamente y no suelo perder el tiempo con relaciones efímeras sólo por pasar el rato. Soy distante cuando tengo que serlo y amistosa con personas que respetan mis límites.
“A lo largo de tus correos he notado que eres nostálgico. ¿Qué hago, amor mío, para existir en tus pensamientos si no estuve cuando tenías quince años y las niñas te adoraban? Tuya (aunque lo pongas en duda), Fátima.
“Posdata: por cierto, en la mañana tocamos nuestras manos en este espacio virtual: yo abría mi correo cuando tu carta llegaba. Fue una encantadora forma de sentirte cerca, ¿tuviste alguna emoción?”
El 24 de diciembre, poco después de la media noche, cuando la mitad del planeta se abrazaba y hacía las más convencionales promesas y se felicitaba entre sí sin una razón inteligente, Fátima me escribió:
“Es una noche encantadora y no hace mucho frío. Como cada año, soy ajena a los festejos religiosos, prefiero pensar en ti y compartir una pequeña parte del libro de Barthes que estoy leyendo:
“…estar a oscuras puede producirse, sin mi intervención, porque estoy privado de la luz de las causas y de los fines; estar en tinieblas me ocurre porque me ciega mi apego a las cosas y el desorden que provoca. La mayoría de las veces estoy en la oscuridad misma de mi deseo; no sé lo que quiero, el propio bien me resulta un mal; lleno de resonancias, vivo golpe a golpe: estoy en tinieblas”
“Nunca te he preguntado si te gusta leer en pantalla o prefieres el modo tradicional, en el libro. A mi me sigue desconcertando leer un libro en pantalla, cerrar la computadora es apagar todo un complejo sistema y a veces me resulta como matar a alguien. La luz se extingue poco a poco como alguien que fallece, que deja de respirar gradualmente. Es algo atroz. Los libros, en cambio, me fascinan, anoto las partes que me gustan, en lugar de subrayarlas las copio en un cuaderno para pensar en ellas largamente.
“Y tú, ¿qué hiciste? ¿Dormiste temprano, leíste? Espero, al despertar, tener palabras tuyas. Te amo. Fátima.”
Hurgué entre los correos de Fátima y encontré uno fechado tiempo atrás, luego de que nos habíamos declarado el amor:
“No podría dormir esta noche si no le digo que ha logrado emocionarme profundamente con sus palabras y me ha devuelto el aliento necesario para vivir con una sonrisa cada día. Usted no merece que le mienta (no es necesario), no me enamoraría de alguien de “carne y hueso” porque usted habita en mi corazón y no busco a nadie más. Gracias a usted creo nuevamente que el amor puede ser mágico. Lo adoro. Por favor, dígame cada tanto que me ama: el amor es barroco y los excesos le vienen bien. Suya, Fátima”
Falsificaría la verdad si digo que esa noche dormí inquieto. Estaba radiante.
En la mañana del miércoles 25 de diciembre, un día después de que todos habían festejado la nochebuena, cuando la inmensa mayoría reposaba los excesos de las festividades supuestamente religiosas, paganas en realidad, a cuatro horas de estar ante Fátima y su belleza clásica que yo suponía, sus piernas sensuales y su amplia sonrisa, llegó un correo más: “Mi amado, apenas una horas antes de tenerte frente a mí, lo que tengo más claro es el amor entre nosotros. Quiero agradecerte con todo el corazón el amor que me has dado aún sin conocerme porque sin proponértelo me hiciste creer en él, en el tuyo. Es lindo lo que dices sobre el último amor, Cervantes y Miguel de Unamuno, que es el más poderoso, el de mayor intensidad, porque tú eres para mí el amor de mi vida. No hay un antes ni habrá un después, te lo puedo asegurar. Borraste por completo el pasado y construiste para mí un futuro promisorio. Espero sinceramente que te ocurra lo mismo y dejes los fantasmas que te han acosado desde hace muchos años. Tenemos tanto de qué conversar”
Se despedía de la siguiente forma: “Amor, amor, nuevamente gracias por tu confianza y por arriesgarte a perder a la Fátima virtual, espero permanecer cercana a tus expectativas. Nunca dejaré de estar a tu lado y nadie volverá a tocarme, sin importar cuál sea tu reacción. Te amo, con desesperación sobrehumana. Me has hecho inmensamente dichosa”
René Avilés Fabila
El Amor Intangible
Colofón, S. A. de C. V.
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