Mostrando entradas con la etiqueta Leñero. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Leñero. Mostrar todas las entradas

sábado, 19 de diciembre de 2009

GAEL GARCIA BERNAL




HOTEL ANCIRA




-Oye, ¿sabes qué me preocupa?- separó la mano-: Que en un rato más se aparezcan por aquí tus admiradoras, que has de tener por montones, y no nos dejen platicar. Y a mí me gustaría mucho platicar contigo, Gael; es una oportunidad que pocas veces tiene una mujer como yo que no sabe nada del ambiente artístico.

-El ambiente artístico es una lata.

-Sí, pero nos van a interrumpir y se nos va a ir el tiempo, y yo tengo que regresar con mi gordo.

Volvió a sonreírle, seductora, como si se tratara de tocarlo con la pura sonrisa por encima de la mesita y de los vasos de whisky. Luego hizo resbalar su mano izquierda por un seno, al descuido, y pellizcó la perla engarzada del collar.

-¿Y qué tal si te propongo una travesura, Gael? Que vayamos a tu cuarto.

Camilo enderezó el cuello

-Estás hospedado aquí, ¿verdad? ¿Estás sólo?

-Sólo y mi alma.

-Pues vamos a tu cuarto y platicamos un rato, nada más un rato. Para que me cuentes de tus películas.

La mujer se levantó de un solo impulso. Se aproximó a Camilo y lo tomó de la mano como si hubiera decidido raptarlo. Eso dijo:

-Voy a raptarte, Gael.

Mientras salían del bar del Hotel Ancira, subían por el elevador, recorrían el pasillo y entraban en la habitación trescientos cuatro, Camilo tuvo tiempo de pensar que todo aquello era un sueño. Y no. No era un sueño la boca de Ana María frotándose y comiéndose la suya, los pechos deliciosos oprimidos por sus manos y sus manos explorando enseguida el cuerpo que desvistió frenéticamente al tiempo en que ella, con el mismo frenesí, le hurgaba el torso, las nalgas, la entrepierna; lo desnudaba sin tregua, igual a como él, hasta convertirse ambos en una trenza, retorciéndose en la cama todavía con restos de ropa de la que necesitaban deshacerse para no estorbar caricias, arañazos y besos y lengüeteos y agitar de cuerpos en continuos giros de un lado para otro: un montarse y desmontarse para alterar posiciones entre gemidos y vaivenes del irse y el venirse hasta el instante de acceder a un erotismo más frutal que la pasión de los primeros minutos, como si al reventón de una ola tras el clímax de la cresta siguiera el deslizamiento diagonal que resbala en espumas sobre la planicie lamida por dos cuerpos enredados en un placer común: el que se da y el que se recibe en sacudimientos simultáneos, intuidos por lo común en los sueños pero vividos aquí, ahora, en la realidad del ajetreo sexual: único valor, inacabable apareamiento que irremediablemente empieza a concluir, concluye al fin hasta el sedante suspiro final.

-Quédate un rato más, Ana María- dijo Camilo cuando la vio sentarse en la cama

-No puedo- replicó ella. Mi gordo se va a despertar de un momento a otro.

-Un rato. Vamos a hacerlo de nuevo

-Ya no.

Ana María salió de la cama. Recogió su ropa desparramada por la habitación. Desapareció con ella en el cuarto de baño.

Diez, quince minutos permaneció Camilo tendido sobre las sábanas. Se levantó contra su voluntad. Desnudo caminó hasta el cuarto de baño. Abrió la puerta.

Con la secadora eléctrica, frente al espejo, Ana María se desenredaba el cabello.

-Tengo que decirte algo- dijo Camilo.

-No me digas, ya lo sé

-No lo sabes.

-Que no eres Gael García Bernal, ¿eso quieres decirme? Lo sé desde el principio, corazón. No soy idiota. Solo un borracho como mi gordo puede confundirse de manera tan pendeja. Tú no te pareces en nada, pero en nada a ese actor chulísimo.

-Entonces…

-Entonces nada. Lo que pasa es que andaba muy caliente, excitadísima, y ni modo de hacerlo con mi marido. Tú lo viste: borracho perdido.

Ana María giró para mirarlo de frente. Le sonrió.

-No sé cómo lo haga Gael, pero tú coges muy bien.

A manera de despedida, Ana María le puso el índice en la punta de la nariz. Luego chasqueó un beso al aire y abandonó el cuarto.



Vicente Leñero
Gente así.
Alfaguara.

.

miércoles, 19 de agosto de 2009

NO FALTAN CATÓLICOS GENEROSOS



EL ÓBOLO DE LA VIUDA (21, 1-4)

Entraban y entraban peregrinos a la nueva Basílica de la Guadalupana: descalzos, en huaraches, de rodillas, los brazos en cruz, lagrimeando algunos, suplicando todos un milagro a la Virgen morena alumbrada ahora por racimos de lámparas en su templo nuevecito.
También Jesucristo y sus discípulos le rezaron un rato largo a la Virgen y oyeron misa de once.
Luego descendieron por la rampa hacia la zona de establecimientos comerciales. Más que un tianguis de pueblo, aquello parecía un supermercado donde se podía comprar de todo: desde estampas y artículos religiosos hasta discos y ropa. Un vendedor que no les vio cara de pobres trató de enjaretarles unos bonos guadalupanos, emitidos para costear la millonada de pesos que se ha gastado en la construcción de la nueva basílica -les explicó el vendedor-. Y gracias a Dios no faltan católicos generosos, como aquel señor, miren – y señaló a un hombre bien trajeado que caminaba rumbo al estacionamiento-. Acaba de comprar ochenta y cinco mil pesos en bonos guadalupanos. Así como lo oyen, sin aspavientos: sacó la chequera y zas, escribió ochenta y cinco mil pesos y se fue tan tranquilo. Es edificante, ¿no les parece?
Pese a sus esfuerzos por hacerles adquirir siquiera un bono, el vendedor no logró sacar un quinto a Jesucristo y sus discípulos. El maestro salió con ellos al atrio y juntos rodearon la construcción para dirigirse a la antigua basílica.
-Yo venía cada mes- recordó Pedro Simón.
-Yo cada año, en diciembre, cuando las fiestas- dijo Juancho Zepeda.
Se detuvieron todos porque Jesucristo se detuvo para observar de lejos a un anciano andrajoso que con voz muy bajita cantaba una canción mientras extendía su mano hacia los peregrinos. Una mujer encorvada, envuelta en un rebozo negro, se hallaba en aquel instante frente al mendigo. Se veía tan miserable como él y nadie se hubiera extrañado de encontrarle a las puertas de un templo pidiendo limosna. La mano temblorosa de la mujer hurgó en el interior de una bolsa de ixtle, hasta que al fin extrajo unas cuantas monedas que depositó en la palma callosa del anciano cantor.
-¿Se fijaron?- dijo Jesucristo a sus discípulos-. Eso sí es edificante, más que los bonos del tipo de los ochenta y cinco mil pesos.
-Sí, ¿verdad?
-Aquel dio nada más un poco de lo que le sobraba para un templo muerto, mientras esta mujer dio todo lo que tenía para un templo vivo.

Vicente Leñero
El evangelio de Lucas Gavilán
Joaquín Mórtiz.
.