LA GUERRA
(Fragmento)
Los indios de Sayil apedrearon los bandos en los que se anunciaba que el tributo personal sería aumentado. Un alguacil salió herido y un indio aporreado. En represalia, mientras tenientes de la hacienda exigían el nuevo tributo, el regidor de Justicia y Alcabalas mandó instalar un garrote. Lo mandó instalar sobre un tablado en el atrio de la iglesia. Deshicieron un altar para construirlo. El pueblo comentó, medroso, la amenaza. Sin embargo, cuando amaneció, había en el cadalso dos animales muertos: en el garrote una paloma y en la rueda del verdugo, una gallina.
Los blancos gritaron:
-¡Se han sublevado los indios!
Las tropas blancas aprehendieron a uno de los mozos de la hacienda. Maniatado lo llevaron al cuartel. El coronel lo acogió con zalamerías, y lo colmó de presentes. El indito, alma niña, quedó aturdido. Regresó a la hacienda hecho un pimpollo. Olía a rosas de Castilla. Canek lo atajó y le hizo ver su engaño.
-No digas a los indios lo que te han hecho creer los blancos.
El mozo no creyó a Canek. Al día siguiente su cuerpo apareció junto al cuartel de los blancos. A su lado estaba un hatillo con la ropa y las preseas que le habían dado.
Los blancos gritaron:
-¡Se han sublevado los indios!
Los soldados penetraron en las chozas de los indios amigos de Canek. Si el indio tenía un machete colgado en la pared, de un porrazo lo tendían muerto. Si el indio no tenía un machete colgado en la pared, de un porrazo lo tendían muerto.
El capitán explicaba:
-En algún lugar lo deben de tener.
Los blancos gritaron:
-¡Se han sublevado los indios!
Canek
Ermilo Abréu Gómez
Editorial Gente Nueva.
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