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jueves, 24 de septiembre de 2009

DESDE EL ALBA


OSITA DURMIENDO
(Fragmento)

Apoyándome con un codo en el colchón, que es lo último que queda, contemplo enternecido a la Osita y me pregunto a qué profunda necesidad de retorno uterino o algo así responde su empecinado trabajo de cada amanecer. Sé muy bien (porque al principio no lo sabía y tuve miedo) que nada de eso me rechaza, pues me basta rozar con un dedo el paquetito tibio a mi lado para que de sus profundidades emerja un suavísimo gruñido de satisfacción. El misterio es total, como se ve, porque la Osita está contenta de sentirme a su lado y a la vez se refugia en un claustro al que yo no podría llegar sin destruir su preciosa penumbra, su temperatura íntima, y algo en ella lo sabe y lo defiende desde el alba hasta el despertar definitivo. Algunas vez –ya no- hice la prueba de desenvolverla lo más suavemente del capullo, porque tenía miedo de que se ahogara con las sábanas enredadas y las confusas almohadas, y supe lo que significaba separar sus manos de los nudos, lazos y otros flecos que hacían las sábanas entre sus dedos. De manera que ahora me limito a mirarla dormir en su efímera y sin duda atávica hibernación y espero que se despierte sola, que empiece a desenredarse poco a poco, a sacar una mano, un chorrito de pelo, un culito o un pie, y que después me mire como si no hubiera pasado nada, como si las sábanas no fueran un gran remolino en torno a ella, la crisálida rota de donde asoma mi nuevo día, mi razón para vivir un nuevo día.

Carol Dunlop / Julio Cortázar
Los Autonautas de la Cosmopista
Editorial Nueva Imagen.
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