Mostrando entradas con la etiqueta Terremoto. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Terremoto. Mostrar todas las entradas

sábado, 27 de febrero de 2010

Y ENTONCES



ENTONCES


Y entonces sobrevino un gran terremoto…

Hechos de los Apóstoles, 16, 26
Santa Biblia.

.

viernes, 15 de enero de 2010

YO AUTORIZO QUE LE CORTEN LA PIERNA




SALVAR SIN VER A QUIÉN.


(Fragmento)


Tristemente encontramos puertas violadas y lugares que habían sido saqueados, una situación no sólo terrible sino mezquina. El primer rescate en forma fue en un edificio derrumbado de cuatro pisos que estaba a nivel del suelo. Pero luego, el cansancio me ganó, así que me fui a descansar como una hora y media. Después por mi entrenamiento en espeleología, me llamaron para hacer un rescate en un inmueble destruido en Versalles y avenida Chapultepec.

Se trataba de una chica que estaba atrapada. Lo primero que hice fue tratar de establecer contacto con ella y tranquilizarla: le dije que ya estábamos trabajando en su rescate. Para calmarla, le pedí que me platicara qué hacía ahí Me dijo que estaba haciendo prácticas de computación. Al principio no sabíamos exactamente dónde estaba, pero su voz nos ayudaba a ubicarla. Había mucha gente alrededor: bomberos, voluntarios, gente de la Comisión Federal de Electricidad… Cerca de ahí se habían caído muchos edificios, recuerdo muy bien el de Nafinsa, de unos once pisos que estaba en una calle paralela a Versalles.

Ya era viernes 20 de Septiembre, eran como las seis de la mañana cuado decidimos bajar; el lugar era muy estrecho. La chica estaba atrapada por varias varillas de aproximadamente una pulgada, y sobre el fémur tenía una que parecía de plastilina enredada en su pierna. Entré con mi padre, ya estábamos muy cerca de ella; tenía la ropa desgarrada, intenté cubrirla, pero me reclamó que la salvara. En eso, llegó un compañero y le dijo algo a mi padre. Acto seguido, mi padre me dijo: “Alex, hay que salirse”. Justo en ese momento, la chica me dio su nombre: Ligia. De pronto, cuando se percató de que me llamaban, me tomó de la mano y me rogó que no la dejara. En ese momento, mi padre repitió: -“¡ hay que salirse!”. Le pregunté que qué pasaba pero en lugar de contestar, insistió: “hay que salir”. Le dije a Ligia que no se preocupara, que regresaría por ella. “Tengo que salir a asistir a una emergencia”. Mi padre gritó otra vez, en ese momento me cayó el veinte, y pensé que algo estaba pasando, no sabía qué pero algo pasaba. “No me dejes, no me dejes”. Le prometí que regresaría por ella. Al salir, con gran asombro me di cuenta que no había nadie afuera, que las ciento cincuenta personas que había cuando recién entré se habían ido. No había nadie en la calle ni en el estacionamiento. De pronto vi a unos compañeros y me informaron que en Avenida Chapultepec había un edificio que estaba a punto de derrumbarse y que iba a caer sobre el área en la que estaba trabajando.

Ante la posible tragedia, uno de los nuestros tomó el riesgo y nos fue a alertar. Eso es trabajar en equipo.

Después, cuando todo se tranquilizó, insistí en que quería regresar por Ligia. Su padre, que era un catedrático de la UNAM y profesor de dos amigos, estaba ahí, preocupado por lo que le ocurría a su hija. Por el peligro del derrumbe, hubo mucha resistencia a regresar pero yo había hecho un compromiso, me sentía moralmente comprometido. Así que dije que entraría de nuevo y entramos. Ligia tenía una varilla en el fémur, un bombero trataba de hacer un corte para sacarla, pero de pronto, no sé cómo se quedó atorado el tobillo. Entonces creció la desesperación, me pasaron una barreta y la metí para hacer palanca, sabía que podía romperle el tobillo. En ese momento dijeron que lo único que se podía hacer era cortar la pierna, y todo me señalaba como el indicado, pero yo no podía. Afuera, su papá estaba angustiado y gritaba: “Yo autorizo que le corten la pierna y me la traigan aquí, aquí, afuera, yo la atiendo”. Era una situación muy difícil, no era como cortar una manzana a un árbol. Pedí una cuerda e hice un nudo de ballestrinque o de cochino, pedí que jalaran, antes yo había escarbado más. Y bendito Dios, logramos liberar el tobillo.

La colocamos en la camilla y la sacamos. Al salir me atoré en una varilla y cuando logré salir ya se la habían llevado en una ambulancia. Nunca supe el nombre completo de Ligia. Solo supe que su padre y ella nos mandaron muchos agradecimientos. Nosotros no perseguíamos nada, lo que buscábamos era ayudar. Y así lo hicimos: trabajamos hasta que terminó la esperanza de encontrar más gente con vida.



Testimonio del Rescatista Alejandro García Guerrero
Entrevistas de Guadalupe Loaeza.
Terremoto. Veinte Años Después.
Editorial Planeta.

.

miércoles, 13 de enero de 2010

CON EL CRUCIFIJO EN LAS MANOS




LOS DIAS DEL TERREMOTO

(Fragmentos)



-Lo más insoportable durante el día fueron los gritos de auxilio. Allí estaban esas montañas de escombro, de acero y cemento, y nosotros sin el equipo necesario, sin plumas (grúas) ni escaleras telescópicas ni trascabos, solo con palas, picos y tenazas.

La impotencia ante la agonía de alguien que está nomás a unos pasos, es lo peor que me ha pasado, se lo juro. Mire, rescatamos a una señora que se la pasó gritando, incontrolada, que salváramos a su esposo y a sus hijos que se hallaban bloqueados por un techo. Ella lloraba, y los cadáveres de sus familiares allí muy cerca, pero no los reconocía, no veía nada aunque hubiera querido. Sólo lloraba y gemía, y repetía nombres. Un voluntario muy jovencito no aguantó y se puso también a chillar. No se le ocurrió otra forma de ayudarla.

Otros nomás llegaban y decían: “Ya encontramos dos muertitos”, como para interponer el diminutivo entre ellos y su conciencia del drama. Y luego el horror de ir descubriendo dedos o piernas o brazos, padres aferrados a cuerpecitos yertos, niños con su oso de peluche, señoras con el crucifijo en las manos, quién me borra esas imágenes. Y a eso agréguele el sonido de las ambulancias y de las patrullas, el ruido de los carros del ejército y de los camiones, el desmadre de las maquinarias pesadas, de las carretillas, las palas, las barretas, los marros, la gente que se hablaba casi en silencio, “silencio, por favor, silencio absoluto”, para ver si localizaban el sitio de origen de una voz que pedía auxilio , aunque a veces había quienes imaginaban oír esas voces , y se buscaba y no había nada. Pero en todos nosotros, no necesito jurárselo, había una ansiedad de salvar vidas, de excavar y excavar para ver la alegría de un resucitado.



-Era un infierno, o una pesadilla, o lo que se te ocurra. Se derrumba la escuela y quedan atrapados cientos de niños. Cuando llegué, ya había una multitud de padres de familia reclamando, rogando, rezando. Los papás estaban más enloquecidos que las mamás, y lloraban y se mesaban los cabellos, con un egoísmo siniestro y entrañable cuando veían que su hijo no era ninguno de los rescatados. Querían meterse a fuerzas a rescatarlos, pero hubiera sido muchísimo peor, sin experiencia, sin disciplina y dementes como estaban. Nubes de polvo, bomberos, ambulancias, llantos y demandas de auxilio. Un señor anunciaba el fin del mundo, una mamá organizó un rosario y varias se desmayaron. Y no se podía hacer nada, excepto pedirles que se apaciguaran y dejaran trabajar en paz a los bomberos… Yo en su caso hubiera hecho lo mismo.



Carlos Monsiváis
No Sin Nosotros. Los días del terremoto 1985 – 2005
Ediciones Era.

.

martes, 12 de enero de 2010

AL OCURRIR EL TEMBLOR



SANTO DIOS, SANTO FUERTE, SANTO INMORTAL (2)


(Fragmentos)



III

“Al ocurrir el temblor se oyeron por todas partes desentonados gritos, pidiendo a Dios que aplacara su justicia y rigor. Todo mundo ignoraba la causa de este fenómeno: unos decían que un cometa había anunciado aquella ruina; otros, que era una erupción del volcán de San Salvador. Creemos que si en aquel momento el señor Presidente y el Ilustrísimo Señor Arzobispo hubieran salido a consolar a los afligidos, nadie hubiera pensado en abandonar la ciudad. Casi todos los edificios públicos quedaron medio arruinados. La torre recién construida de la Universidad, cuyo reloj había comenzado hacía poco a dar las horas, quedó completamente destruida. La consternación del vecindario subió de punto, cuando en la mañana del 17 se supo que tanto el Presidente de la República como el Diocesano abandonarían la ciudad en ese mismo día y todos pensaron en salir como pudiesen a establecerse a otra parte, con tanta más razón cuanto que un chusco o timorato dio a volar la especie de que al ponerse la luna se hundiría la ciudad.”



IV

“El Comité de Emergencia Nacional del Ejército ordenó al técnico alemán, Doctor Helmut Meyer-Abich, comparecer ante las cámaras de televisión del circuito YSU a fin de que el pueblo salvadoreño comprobara que dicho profesional, nombrado hace poco director del Servicio Sismológico Nacional, permanece en el país y que, contrariamente a los rumores esparcidos por elementos irresponsables, no es verdad que huyera por la vía aérea en compañía de su señora madre, luego de haber comprobado fehacientemente en sus aparatos que los actuales temblores de tierra son el preludio de un terremoto que haría desaparecer todo el territorio nacional en el mar.”


Roque Dalton
Las historias prohibidas del Pulgarcito
Editorial Siglo XXI.

.