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miércoles, 16 de diciembre de 2009

BOMBAZO



BOGOTÁ 1989


(Fragmento)


En este país parece
como si alguien
hubiera apagado la luz.


Entre las pocas personas que han salido ganando con el actual enfrentamiento entre el gobierno colombiano y los traficantes de cocaína están los vidrieros de Bogotá. El otro día, en un edificio de apartamentos que acababa de perder sus ventanas a causa de una explosión no lejos de ahí, tres equipos de vidrieros iban y venían al trote desde sus camiones hasta el edificio. Con las manos enguantadas, cargaban enormes rectángulos de vidrio que iban colocando con ayuda de bombas de succión, encaramándose por las ventanas rotas y casi sin tomar un respiro para descansar el lomo antes de seguir con el siguiente panel. “Todas las mañanas ponemos la radio y esperamos la noticia”, me dijo uno de ellos, “y cuando la oímos, decimos “!Uy!, ¡Bombazo!!A trabajar! Y salimos para la dirección que dieron en el noticiero. Ha habido mucha bomba, pero también hay muchos vidrieros, así que no es que sea tanto el trabajo, pero yo ya llevo como cinco o seis edificios”.

El hombre dijo que se llamaba Carlos López, y mientras él y su compañero sacaban otra lámina del camión dijo que esperaban estar muy ocupados ese día. Habían estallado siete bombas la noche anterior, la mayoría en este barrio, que se llama Teusaquillo y es uno de los más agradables de Bogotá; data de los años treinta y si las casas de ladrillo rojo con techos de teja no logran el aspecto inglés al que tan evidentemente se aspiró, la culpa es en parte de la vegetación –espléndidos sietecueros de flores púrpura en las esquinas, y begonias rojo sangre y agapantos azules apiñados en los antejardines. Hay algunos edificios modernos de apartamentos, varias sencillas iglesias de ladrillo y –una bendición en una ciudad atormentada por el ruido y la congestión- poco tráfico, aunque Teusaquillo está sólo a quince minutos del centro donde se encuentran el Congreso, el Palacio presidencial y varios ministerios. Los partidos principales y muchos políticos importantes tienen sus sedes en Teusaquillo, de manera que, cuando los narcotraficantes decidieron lanzar un ataque contra lo que aquí se conoce como “la clase política” solo se necesitaron ocho minutos y dos carros con varias cargas de dinamita parta devastar las oficinas de nueve políticos. Como las calles no son muy anchas, las explosiones reventaron una cantidad desproporcionada de vidrio, a veces hasta a dos cuadras de las casas dinamitadas. De ahí la euforia de Carlos López al verse rodeado de edificios con gran potencial lucrativo.

Con ese modo particular que tienen los colombianos de hacerle frente a los desastres, los presuntos clientes de López –congregados a la entrada de sus ventilados apartamentos para comentar el hecho y ver cuál vidriero ofrecía mejor precio- no estaban ni histéricos ni indignados. Una mujer que aún se estaba recuperando del susto de haber despertado unas horas antes con el ruido de detonaciones cada vez más cercanas, hasta que una, enorme, arrojó una lluvia de astillas de vidrio en su dormitorio, todavía tenía ánimo para reírse de los vidrieros que llegaban, antes de las siete de la mañana, cinta en mano, a tomar medidas y ofrecer presupuestos.


Alma Guillermoprieto
Al pie de un volcán te escribo. Crónicas Latinoamericanas.
Plaza Janés.

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jueves, 19 de noviembre de 2009

UNA HISTORIA PATRIA SUTIL Y RADICALMENTE DISTINTA





CIUDAD DE MÉXICO, 1992
(Fragmento)

Aguilar Camín, tan brillante y cosmopolita y allegado al poder, no parece ser el tipo que gravita hacia la controversia. Pero, en su papel como supervisor y coautor de un recién revisado libro oficial de historia para las escuelas primarias de México, ha provocado la mayor conmoción que se haya visto  sobre las intenciones modernizadoras del gobierno de Salinas de Gortari. El escándalo comenzó a fermentar en las páginas culturales de la prensa una semana antes de mi reunión con Aguilar Camín, y muy pronto pasó a las primeras planas.
            La creación de un nuevo libro de texto se anunció a comienzos de año como parte de una reforma educativa a la que se le dio el recibimiento  a bombo y platillo que se le otorga a las grandes iniciativas presidenciales: hubo decretos, ceremonia de firmas, artículos adulatorios en la prensa y una sucesión de los que aquí se conocen como discursos de adhesión (en los que el orador se amarra con presteza a la iniciativa y a sus previsibles beneficios). Aguilar Camín y una flotilla de intelectuales de primera línea se pusieron a trabajar. En agosto, maestros, padres y periodistas abrieron el nuevo texto – profusa y alegremente ilustrado- y descubrieron una historia patria que era sutil y radicalmente distinta a la que ellos habían aprendido en la escuela. El cura Miguel Hidalgo, cuyo encendido llamado a las armas y a la independencia de 1810 es piedra de toque de toda emoción nacionalista, se menciona de paso. La dramática guerra con Estados Unidos se presenta con eufemismos tranquilizadores. Emiliano Zapata, el líder sureño de la revolución agraria mexicana, finalmente traicionado y asesinado en 1919 por revolucionarios norteños, aparece no como un campesino puro y heroico sino como líder de una de tantas facciones que buscaban el poder. Las generaciones anteriores habían  aprendido que el dictador Porfirio Díaz, quien llegó al poder en 1877, fue culpable de genocidio contra la indomable nación de los indios yaquis, y que gobernó tiránica e inflexiblemente a favor de una pequeña cúspide blanca que vivía del sudor de una  paupérrima mayoría india. En los nuevos textos, resulta que el execrado dictador –cuyo terco amor al poder  llevó directamente a la revolución que el PRI honra en su nombre- a lo mejor no era tan mala persona. “El largo gobierno  de Porfirio Díaz creó un clima de paz y estimuló el crecimiento económico del país”, concluye la sección dedicada a él. “Su gobierno disminuyó las libertades individuales, concentró el poder en unas cuantas manos y frenó el desarrollo de la democracia”.
            Aguilar Camín no es el único académico modernizante que ve al villano favorito del PRI como un dictador progresista que creó la infraestructura que hizo posible el México del siglo XX. Pero es el único que se lleva tan bien con un presidente cuyo gobierno provoca comparaciones con el de Díaz: “Don Porfirio” se inició en la política como partidario del liberal Benito Juárez, pero luego gobernó a favor de una minúscula élite conservadora. Salinas de Gortari, por su parte, le ha dado la espalda al partido que lo llevó al poder. Actualmente lo está “refundando” con políticas que a veces son anatema de la vieja guardia, y muy del agrado de la oposición más peligrosa al PRI, la del conservador Partido Acción Nacional, que también está a favor de la rehabilitación  de la imagen de Porfirio Díaz.


Alma Guillermoprieto.
Hecho en México.
Random House Mondadori, S. A.


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