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lunes, 10 de agosto de 2009

COMO LAS BURRITAS



COMO AGUINALDO DE JUGUETERÍA

(Fragmento)

Hay una lucha y un juego necesario, porque al hombre lo primero que le importa es ponerse al tiro de un animal o acecharlo y sorprenderlo; después empieza a convertir la cacería en juego mediante la destreza, la habilidad por la práctica y el entrenamiento. El juguete y el alma nacen al mismo tiempo, cuando un niño prehistórico ve a un hombre que talla de un pedernal o de una serpentina, astillándola, para obtener un objeto filoso que le permita destazar un animal. Cuando el niño juega a tallar el alma con un pedacito de piedra, su propio juego lo va formando en el empleo de los instrumentos, de allí que un juguete típico haya sido siempre el jueguito de herramientas.

En el principio, el niño jugaba con bolitas de arcilla, con bastoncitos, mientras el adulto lo hacía con instrumentos mayores. En esta etapa el niño, de pronto, le descubre cosas al adulto: hacer una rayita en la tierra para unir dos charquitos, comunicar. El juguete da al niño la posibilidad de manejar los elementos del mundo y el juego resulta gracioso porque es una imitación: la niña hace de la muñeca una criatura; el niño, un carrito de un instrumento de trabajo. El juguete lo inventa un niño, el adulto se interesa y le ayuda a perfeccionarlo, luego este se convierte en niño fabricando juguetes y surge así la industrialización, la juguetería que llega a grandes creaciones artísticas.

Esto vale lo mismo para los juguetes mexicanos populares, elementales, que son tan graciosos, tan bellos, como las burritas de Santa Ana Acatlán, que traen panochitas, como llamamos a los dulcecitos en forma de pastillas aplanadas, de lentes redonditos. En los pueblos, al piloncillo le llamamos panocha; en el Distrito Federal no se puede porque es una palabra que tiene connotación erótica, como ocurre en Venezuela, Colombia o Chile, que se ríen de nuestros diminutivos: que Cuquita, que Conchita. Pide uno cajeta en Buenos Aires y se espantan, pero esas panochitas de las mulitas, con su muletero, esos monos de hoja pintados, tienden a desaparecer. Realmente en el trayecto del juguete se han operado transformaciones dolorosas, hay una gran decadencia en su diseño y acabado.


Juan José Arreola.

Prosa dispersa.

Conaculta.


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martes, 21 de julio de 2009

ESTOS PEJES


EL AJOLOTE

Acerca del ajolote solo dispongo de dos informaciones dignas de confianza. Una: el autor de las Cosas de la Nueva España; otra: la autora de mis días.
¡Simillima mulieribus!, exclamó el atento fraile al examinar detenidamente las partes idóneas en el cuerpecillo de esta sirenita de los charcos mexicanos.
Pequeño lagarto de jalea. Gran gusarapo de cola aplanada y orejas de pólipo coral. Lindos ojos de rubí, el ajolote es un lingam de transparente alusión genital. Tanto, que las mujeres no deben bañarse sin precaución en las aguas donde se deslizan estas imperceptibles y lucias criaturas. (En un pueblo cercano al nuestro, mi madre trató a una señora que estaba mortalmente preñada de ajolotes)
Y otra vez Bernardino de Sahagún: “…y es carne delgada muy más que el capón y puede ser de vigilia. Pero altera los humores y es mala para la continencia. Dijéronme los viejos que comían axolotl asados que estos pejes venían de una dama principal que estaba con su costumbre, y que un señor de otro lugar la había tomado por fuerza y ella no quiso su descendencia, y que se había lavado luego en la laguna que dicen Axoltitla, y que de ahí vienen los acholotes”
Sólo me queda agregar que Nemilov y Jean Rostand se han puesto de acuerdo y señalan a a la ajolota como el cuarto animal que en todo el reino padece el ciclo de las catástrofes biológicas más o menos menstruales.
Los tres restantes son la hembra del murciélago, la mujer, y cierta mona antropoide.


Juan José Arreola
Bestiario
Editorial Planeta.