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martes, 16 de febrero de 2010

EL ANHELO DEL CORAZÓN DE UNA MUJER




JACINTA

            En estos desiertos o montes que son huizaches y arena, tasajillo y arena, uña de gato y arena, donde aun hoy  galopan los insignes cascos , truenan y relampaguean los  insignes revólveres, zumba el viento que zumbó  azotando los insignes rostros ennegrecidos de batallas, soberbias  batallas gratuitas que más de un vaquero ha contemplado de día o de noche,  porque los insignes fantasmas pelearon y vuelven a pelear sin horas fijas, y de día parecen hechos de transparente luz inmensos,  y de noche inmensos son como dibujos de niebla –vaquero aterrado, quieto, contemplando, perdido  el rumbo-, en estos desiertos había un camino que iba de La Asunción a Diezmillas, y una mañana, sábado, por el camino rodaba la carreta del rancho y en la carreta iba Jacinta, un toro se había cortado hacia el camino y cabalgó detrás de la carreta, “dime, Reynaldo, dime”, decía Jacinta, y Reynaldo no pudo hablar. ¿Cuántas veces, tantos años después,  de día o de noche, ha vuelto a aparecer súbitamente el camino  que cubrió la uña de gato, ha aparecido la carreta, Jacinta en el pescante, junto al viejo –aún fantasma qué hermosa la serena cara de Jacinta, qué anhelante, qué dorado el sol del halo de cabellos tiernos que bordean su frente- y ha surgido, tras el toro, Reynaldo? ¿Cuántas veces ha repetido Jacinta lo que dijo aquella mañana y Reynaldo  ha cabalgado, “dime, Reynaldo”, preparando sin saberlo cuanto sucedió más tarde?. Los hombres dicen: “yo lo vi, no iba contento, ya sabe qué va a pasar y va triste, ya no habla porque va triste, no porque no pueda hablar, y cuando la carreta da vuelta  en el recodo él se queda pensando, no es que sea así, pero los vi, van tristes, fantasmas los pobres, cuantisísimo que hace que vivieron, los dos van tristes porque andan  viviendo otra vez lo que vivieron pero ora ya sin esperanza”. ¿Cuántas veces ha de vivir un hombre su melancolía?  ¿Cuántas veces el anhelo del corazón de una mujer, su amor –blanda neblina del rostro- suplicará; “dime, Reynaldo”, porque Reynaldo no pudo contestarle?

El Gobierno del Cuerpo
Ricardo Garibay
Editorial Joaquín Mortiz, S. A.

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