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lunes, 8 de febrero de 2010

HASTA UN NIÑO PUEDE



KALÁSHNIKOV 2
(Fragmento)

            No existe nada en el mundo, orgánico e inorgánico, objeto metálico o elemento químico, que haya causado más muerte que el AK-47. El kaláshnikov ha matado más que la bomba atómica de Hiroshima y Nagasaki, que el virus del sida, que la peste bubónica, que la malaria, que todos los atentados de los fundamentalistas islámicos, que la suma de muertos de todos los terremotos que han sacudido la corteza terrestre. Un número exorbitante de carne humana imposible de imaginar siquiera. Solo un publicista logró, en un congreso, dar una descripción convincente: aconsejaba que para hacerse una idea de los muertos producidos por la metralleta  llenaran una botella de azúcar, dejando caer los granitos por un agujero  en la punta del paquete; cada grano de azúcar equivale a un muerto  producido por el Kaláshnikov.
            El AK-47 es un arma capaz de disparar en las condiciones más adversas. Es imposible que se encasquille, está lista para disparar aunque esté llena de tierra o empapada en agua, es cómoda de empuñar. Tiene un gatillo tan suave que hasta un niño puede apretarlo. La fortuna, el error, la  imprecisión: todos los elementos que permiten salvar la vida en los enfrentamientos parecen quedar eliminados  por la certeza del AK-47, un instrumento que impide que el hado tenga papel alguno. Fácil de usar, fácil de transportar, dispara con una eficacia que permite matar sin ninguna clase de entrenamiento. “Es capaz de transformar en combatiente hasta a un mono”, declaraba Kabila, el terrible líder político congoleño. En los conflictos de los últimos treinta años, más de cincuenta países han utilizado el kaláshnikov como fusil de asalto de sus ejércitos. Se han producido matanzas con el kaláshnikov, según la ONU, en Argelia, Angola, Bosnia, Burundi, Camboya, Chechenia, Colombia, El Congo, Haití, Cachemira, Mozambique, Ruanda, Sierra Leona, Somalia, Sri Lanka, Sudán y Uganda. Más de cincuenta ejércitos regulares tienen el kaláshnikov, y resulta imposible hacer una estadística de los grupos irregulares, paramilitares y guerrilleros que lo utilizan.
            Murieron por el fuego del Kalashnikov: Sadat, en 1981; el general Dalla Chiesa, en 1982; Ceaucescu, en 1989. En el chileno Palacio de la Moneda, Salvador Allende fue encontrado con proyectiles de kaláshnikov en el cuerpo. Y estos muertos eminentes constituyen  la verdadera carta de presentación histórica de la metralleta. El AK-47 incluso ha acabado formando parte de la bandera de Mozambique y de Al-Fatah en Palestina hasta el MRTA en Perú. Cuando aparece en video en las montañas,  Osama bin Laden lo utiliza como único símbolo amenazador. Ha acompañado a todos los papeles: al del libertador, al de opresor, al del soldado del ejército regular, al del terrorista, al del secuestrador, al del guardaespaldas que escolta al presidente.

Gomorra
Roberto Saviano.
Debate.

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domingo, 4 de octubre de 2009

ESTABA EN EXTASIS


KALÁSHNIKOV.
(Fragmento)


...Aquella mañana encontré a Mariano en el bar presa de una extraña euforia. Estaba frente a la barra sumamente excitado, cargándose de martinis de buena mañana.
-¿Qué ocurre?
Todos le preguntaban lo mismo. Incluso el camarero se negó a llenarle el cuarto vaso hasta saberlo. Pero él no respondía, como si los demás pudieran comprenderlo perfectamente por sí mismos.
-Quiero ir a conocerle, me han dicho que todavía está vivo; pero, ¿será verdad?
-¿Será verdad el qué?
-¿Cómo es posible? Yo me cojo vacaciones y me voy a conocerle…
-Pero ¿a quién? ¿qué…?
-¿Os dais cuenta? Es muy ligero, preciso, puede disparar veinte o treinta tiros y no han pasado ni cinco minutos… ¡es un invento genial!
Estaba en éxtasis. El camarero lo miró como quién mira a un muchacho que ha penetrado a una mujer por primera vez y exhibe en el rostro una expresión inconfundible, la misma de Adán. Entonces entendí de dónde venía la euforia. Mariano había probado por primera vez un Kaláshnikov, y se había quedado tan favorablemente impresionado por aquel chisme que quería ir a conocer a su inventor, Mijaíl Kaláshnikov. Jamás había disparado a nadie; había entrado en el clan para controlar la distribución de algunas marcas de café en distintos bares del territorio. Extremadamente joven, licenciado en economía y comercio, era responsable de un montón de millones de euros, puesto que los bares y las empresas cafeteras que querían entrar en la red comercial del clan se contaban por decenas. Sin embargo, el jefe de zona no quería que sus hombres, licenciados o no, soldados o directivos comerciales, no fueran capaces de disparar, y por ello les había puesto la metralleta en la mano. Por la noche, Mariano había descargado unas cuantas balas en varios escaparates, eligiendo los bares al azar. No era una advertencia, si bien, en resumidas cuentas, aunque él no supiera el verdadero motivo por el que disparaban sobre aquellos escaparates, sin duda los propietarios encontrarían un motivo válido. Siempre hay una causa para sentirse en falso. Mariano denominaba a la metralleta con tono fiero y profesional: AK-47. El nombre oficial de la ametralladora más célebre del mundo. Un nombre bastante simple, donde AK son las siglas de Avtomat Kaláshnikova, es decir, “la automática de Kaláshnikov”, y 47 se refiere al año en que fue seleccionada como arma para el ejército soviético. A menudo las armas tienen nombres cifrados, letras y números que deberían ocultar su potencia letal, símbolos de su carácter despiadado. Pero en realidad se trata de nombres banales puestos por algún suboficial encargado de anotar el depósito de nuevas armas no menos que el de nuevos tornillos. Los Kalashnikov son ligeros y fáciles de usar, y requieren solo un sencillo mantenimiento. Su fuerza estriba en su munición intermedia: ni demasiado pequeña como la de los revólveres, para evitar perder la potencia de fuego, ni demasiado grande, para evitar el retroceso y la escasa manejabilidad y precisión del arma. El mantenimiento y el montaje son tan sencillos que los muchachos de la antigua Unión Soviética lo aprendían en los pupitres de la escuela, en presencia de un responsable militar, en un tiempo de dos minutos.

Roberto Saviano
Gomorra
Random House Mondadori, S. A.

miércoles, 30 de septiembre de 2009

CUANDO SE TUMBA A UN HOMBRE


AL JALAR DEL GATILLO
(Fragmento)

-Por ai anda un tipo que está de más.
El Cacarizo calla. Su rostro se conserva impávido. El comprende lo que quiere decir ese “está de más”. Otras veces don Rafa les dijo las mismas palabras. Fue cuando las fiebres le agarraron muy duro y don Rafa le dio para que fuera a curarse a Cuernavaca. De ahí vino el trato. En tres años, dos encargos.
La primera, don Rafa dio muchas vueltas para soltárselo. Las cosas salieron bien. Don Rafa es amigo del Presidente Municipal. Ni quien se metiera con él, ni averiguatas ni nada. La segunda, don Rafa se franqueó pronto. Un asunto de tierras. “Un tipo por ai está de más”. Se armó gran arguende, peo eso de la legítima defensa impuso el silencio
-¿Qué te parece si quitamos ese estorbo?
Don Rafa habla muy expresivamente: dándole un encorajinado puntapié a un pedazo de tronco. El Cacarizo observa cómo sale disparado el pedazo vegetal. Y entiende. Un trozo de árbol, entre la maleza, no es un estorbo. Las dificultades están al otro lado, entre los hombres. Entre esos hombres que son trozos de árbol atravesados en el camino y que sí estorban. Y cuando estorban, es que están de más o les tocó su hora. Y si don Rafa arroja el pedazo de tronco, él, el Cacarizo, sabe quitar los otros. Es su oficio. Cada quien pa lo que sirve, pa lo que jala. Unos deben tumbar cañas. A él le tocó, cuando hay por qué, tumbar hombres que están sobrando.
Además, de algo se muere uno. Y no para nada inventaron las pistolas. Y cuando se tumba a un hombre, como que se tumban cosas que hacen daño por dentro. Hay días largos y turbios en que todos están contra uno, como que lo andan persiguiendo fantasmas, como que lo acechan ojos que miran feo. Y uno no puede quedarse con el miedo, que va detrás, de puntillas, a querer dar alcance. Uno lo escucha y crece el odio. El odio de tener miedo, de sentirse aplastado, de creerse menos. Es entonces sedante desquite jalar el gatillo para que un hombre caiga y se quede quietecito. Tal vez con él se caiga el miedo. Es un minuto de paz. Y si el miedo vuelve a andar, alguien ha dado dinero porque aquel hombre se quede tirado.

Edmundo Valadés
La muerte tiene permiso
SEP/ Fondo de Cultura Económica.
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