
EL PRINCIPIO
(Fragmento)
(Fragmento)
En las calles de Reforma, en Coyoacán, Nassar me agarró de las barbas, un guarura a mis espaldas me torcía un brazo; preguntó: ¿Eres Heberto? Sí, respondí. Sonrió satisfecho por mi captura Pude ver las ametralladoras de tripié en la calle, 30 milímetros. Parecía que iban a combatir a un ejército no a capturar un hombre. Me echaron bocabajo en el piso del automóvil negro sin placas, con los ojos vendados. Arrancó violentamente. –Está en nuestras manos, dijo por radio. A la orden, señor.
Me llevaron a una cárcel clandestina. Me amarraron a las patas de una cama metálica. Tres agentes me cercaban, en cuclillas. –Canta todo. El jefe se porta bien con los que cantan. Si te haces el hombre, te va a ir mal. Nada hablé. El más fornido y de apariencia más estúpida, dijo: ¡Ya déjalo!. Así son estos fanáticos.
-¡Bendito sea Dios que salvó la vida! Usted tiene todavía mucho qué hacer. ¡Hágalo!
Cientos de estudiantes y maestros estaban en las cárceles a las que, si tenía suerte y no me eliminaban, yo iría. Cientos habían muerto en Tlatelolco el 2 de Octubre. Había ahora mucho qué hacer. Recordé a Angel, a Raúl, a Daniel. Tuve suerte, mucha suerte, como dijo el Policía de Caminos el 27 de octubre de 1967. No hablaría ante mis captores aunque me mataran en la tortura. Sabía, sé, que esos compañeros muertos eran, son, prendas de dignidad que sólo puedo rescatar con la lucha al lado de los oprimidos de mi patria.
Para ese día, el 8 de Mayo de 1969, cuando al fin lograron atraparme los agentes de la Federal de Seguridad, yo tenía muchas más prendas: los compañeros del movimiento estudiantil de 1968 masacrados por órdenes de Gustavo Díaz Ordaz.
Mis compañeros caídos en 1968 representan para mí un compromiso vital, de esos que sólo puede uno contraer con uno mismo, ante la propia conciencia y que no acaba sino con la muerte. Sé que si cejo en mi empeño por transformar esta sociedad por otra más justa como la que desearon ellos y los que cayeron en 1968, traicionaré su memoria. Y la confianza que algunos depositaron en mí.
Heberto Castillo.
Si te agarran te van a matar
Ediciones Proceso.
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