CIUDAD DE MÉXICO, 1992
(Fragmento)
Aguilar Camín, tan brillante y cosmopolita y allegado al poder, no parece ser el tipo que gravita hacia la controversia. Pero, en su papel como supervisor y coautor de un recién revisado libro oficial de historia para las escuelas primarias de México, ha provocado la mayor conmoción que se haya visto sobre las intenciones modernizadoras del gobierno de Salinas de Gortari. El escándalo comenzó a fermentar en las páginas culturales de la prensa una semana antes de mi reunión con Aguilar Camín, y muy pronto pasó a las primeras planas.
La creación de un nuevo libro de texto se anunció a comienzos de año como parte de una reforma educativa a la que se le dio el recibimiento a bombo y platillo que se le otorga a las grandes iniciativas presidenciales: hubo decretos, ceremonia de firmas, artículos adulatorios en la prensa y una sucesión de los que aquí se conocen como discursos de adhesión (en los que el orador se amarra con presteza a la iniciativa y a sus previsibles beneficios). Aguilar Camín y una flotilla de intelectuales de primera línea se pusieron a trabajar. En agosto, maestros, padres y periodistas abrieron el nuevo texto – profusa y alegremente ilustrado- y descubrieron una historia patria que era sutil y radicalmente distinta a la que ellos habían aprendido en la escuela. El cura Miguel Hidalgo, cuyo encendido llamado a las armas y a la independencia de 1810 es piedra de toque de toda emoción nacionalista, se menciona de paso. La dramática guerra con Estados Unidos se presenta con eufemismos tranquilizadores. Emiliano Zapata, el líder sureño de la revolución agraria mexicana, finalmente traicionado y asesinado en 1919 por revolucionarios norteños, aparece no como un campesino puro y heroico sino como líder de una de tantas facciones que buscaban el poder. Las generaciones anteriores habían aprendido que el dictador Porfirio Díaz, quien llegó al poder en 1877, fue culpable de genocidio contra la indomable nación de los indios yaquis, y que gobernó tiránica e inflexiblemente a favor de una pequeña cúspide blanca que vivía del sudor de una paupérrima mayoría india. En los nuevos textos, resulta que el execrado dictador –cuyo terco amor al poder llevó directamente a la revolución que el PRI honra en su nombre- a lo mejor no era tan mala persona. “El largo gobierno de Porfirio Díaz creó un clima de paz y estimuló el crecimiento económico del país”, concluye la sección dedicada a él. “Su gobierno disminuyó las libertades individuales, concentró el poder en unas cuantas manos y frenó el desarrollo de la democracia”.
Aguilar Camín no es el único académico modernizante que ve al villano favorito del PRI como un dictador progresista que creó la infraestructura que hizo posible el México del siglo XX. Pero es el único que se lleva tan bien con un presidente cuyo gobierno provoca comparaciones con el de Díaz: “Don Porfirio” se inició en la política como partidario del liberal Benito Juárez, pero luego gobernó a favor de una minúscula élite conservadora. Salinas de Gortari, por su parte, le ha dado la espalda al partido que lo llevó al poder. Actualmente lo está “refundando” con políticas que a veces son anatema de la vieja guardia, y muy del agrado de la oposición más peligrosa al PRI, la del conservador Partido Acción Nacional, que también está a favor de la rehabilitación de la imagen de Porfirio Díaz.
Alma Guillermoprieto.
Hecho en México.
Random House Mondadori, S. A.
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