SALVAR SIN VER A QUIÉN.
(Fragmento)
Tristemente encontramos puertas violadas y lugares que habían sido saqueados, una situación no sólo terrible sino mezquina. El primer rescate en forma fue en un edificio derrumbado de cuatro pisos que estaba a nivel del suelo. Pero luego, el cansancio me ganó, así que me fui a descansar como una hora y media. Después por mi entrenamiento en espeleología, me llamaron para hacer un rescate en un inmueble destruido en Versalles y avenida Chapultepec.
Se trataba de una chica que estaba atrapada. Lo primero que hice fue tratar de establecer contacto con ella y tranquilizarla: le dije que ya estábamos trabajando en su rescate. Para calmarla, le pedí que me platicara qué hacía ahí Me dijo que estaba haciendo prácticas de computación. Al principio no sabíamos exactamente dónde estaba, pero su voz nos ayudaba a ubicarla. Había mucha gente alrededor: bomberos, voluntarios, gente de la Comisión Federal de Electricidad… Cerca de ahí se habían caído muchos edificios, recuerdo muy bien el de Nafinsa, de unos once pisos que estaba en una calle paralela a Versalles.
Ya era viernes 20 de Septiembre, eran como las seis de la mañana cuado decidimos bajar; el lugar era muy estrecho. La chica estaba atrapada por varias varillas de aproximadamente una pulgada, y sobre el fémur tenía una que parecía de plastilina enredada en su pierna. Entré con mi padre, ya estábamos muy cerca de ella; tenía la ropa desgarrada, intenté cubrirla, pero me reclamó que la salvara. En eso, llegó un compañero y le dijo algo a mi padre. Acto seguido, mi padre me dijo: “Alex, hay que salirse”. Justo en ese momento, la chica me dio su nombre: Ligia. De pronto, cuando se percató de que me llamaban, me tomó de la mano y me rogó que no la dejara. En ese momento, mi padre repitió: -“¡ hay que salirse!”. Le pregunté que qué pasaba pero en lugar de contestar, insistió: “hay que salir”. Le dije a Ligia que no se preocupara, que regresaría por ella. “Tengo que salir a asistir a una emergencia”. Mi padre gritó otra vez, en ese momento me cayó el veinte, y pensé que algo estaba pasando, no sabía qué pero algo pasaba. “No me dejes, no me dejes”. Le prometí que regresaría por ella. Al salir, con gran asombro me di cuenta que no había nadie afuera, que las ciento cincuenta personas que había cuando recién entré se habían ido. No había nadie en la calle ni en el estacionamiento. De pronto vi a unos compañeros y me informaron que en Avenida Chapultepec había un edificio que estaba a punto de derrumbarse y que iba a caer sobre el área en la que estaba trabajando.
Ante la posible tragedia, uno de los nuestros tomó el riesgo y nos fue a alertar. Eso es trabajar en equipo.
Después, cuando todo se tranquilizó, insistí en que quería regresar por Ligia. Su padre, que era un catedrático de la UNAM y profesor de dos amigos, estaba ahí, preocupado por lo que le ocurría a su hija. Por el peligro del derrumbe, hubo mucha resistencia a regresar pero yo había hecho un compromiso, me sentía moralmente comprometido. Así que dije que entraría de nuevo y entramos. Ligia tenía una varilla en el fémur, un bombero trataba de hacer un corte para sacarla, pero de pronto, no sé cómo se quedó atorado el tobillo. Entonces creció la desesperación, me pasaron una barreta y la metí para hacer palanca, sabía que podía romperle el tobillo. En ese momento dijeron que lo único que se podía hacer era cortar la pierna, y todo me señalaba como el indicado, pero yo no podía. Afuera, su papá estaba angustiado y gritaba: “Yo autorizo que le corten la pierna y me la traigan aquí, aquí, afuera, yo la atiendo”. Era una situación muy difícil, no era como cortar una manzana a un árbol. Pedí una cuerda e hice un nudo de ballestrinque o de cochino, pedí que jalaran, antes yo había escarbado más. Y bendito Dios, logramos liberar el tobillo.
La colocamos en la camilla y la sacamos. Al salir me atoré en una varilla y cuando logré salir ya se la habían llevado en una ambulancia. Nunca supe el nombre completo de Ligia. Solo supe que su padre y ella nos mandaron muchos agradecimientos. Nosotros no perseguíamos nada, lo que buscábamos era ayudar. Y así lo hicimos: trabajamos hasta que terminó la esperanza de encontrar más gente con vida.
Testimonio del Rescatista Alejandro García Guerrero
Entrevistas de Guadalupe Loaeza.
Terremoto. Veinte Años Después.
Editorial Planeta.
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