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miércoles, 4 de noviembre de 2009

ASI DE NALGONSOTES


EL SEGUNDO JUEGO.
(Fragmento)

El partido comenzó, nosotros ganamos otra vez el volado y fuimos primero al campo.
Praxedis nos hizo ver que los Invencibles traían a dos nuevos Invencibles: el tercera base y el pícher, dos cabrones así de grandotes y de nalgonsotes, trabados y con buena estampa de peloteros. Pero no solo era la estampa. El pelado que estaba en la loma tiraba lumbre. Uno por uno fuimos peregrinando, solo veíamos pasar el aire y en tres entradas ni siquiera le pegamos a la bola. Por su parte, ellos venían con muchas ganas y en poco rato hicieron caca la confianza del Guerejo Hinojosa. En la primera entrada alborotaron al público porque nos metieron dos carreras empujadas por un riatazo del tercera base, un culero que se paraba a batear como si aquello no tuviera su chiste. En la segunda hicieron otras tres y para la última ya íbamos perdiendo seis a cero. Nos recuperamos casi nada, una carrera nomás, con diablazo de Cosme que se fue hasta el fondo. Ellos acumularon dos más en la séptima y para la octava, a puro empujón, hicimos de milagro otras tres carreritas.
Quién sabe de dónde había salido tanta gente; la verdad es que le aplaudían más a los Invencibles que a nosotros. Andaban entre el público algunos vendedores, frutas con chile, trompos para los niños, dulces de camote bien deliciosos, eso vendían. Fue un dulcero el que se le acercó a Praxedis para decirle ya casi al final del juego lo que tanto nos encorajinaría poco después. Según esto, él había visto jugar en Torreón al pícher y al tercera de los Invencibles. Eran muy buenos porque se dedicaban a eso por dinero y tenían añales en ese negocio. Lo dijo así, como si nada, pero cuando Praxedis supo aquello se puso de malas y mentaba madres entre dientes. Casi casi nos habían hecho pendejos.
Mientras descansábamos para ver si con el bat podíamos sacarles el partido, la Campamocha nos juntó a todos. Nos comunicó lo que sabía y todos perjuramos que no nos dejaríamos ganar así nomás. Le tocó batear a Jenovevo y sacó sendo batazo que lo puso en primera. Luego Cheto quedó fuera con un ponche, pero Marciano se desquitó de lo mal que le había ido y sacó un tablazo que produjo otra carrera. Rito vino luego y se colocó en la base con un elevado que se le cayó al fílder. Teníamos hombres en segunda y en tercera, y Reyes los convirtió en anotadores con un palo de tres bases. Después vino otro ponche para el Guerejo Hinojosa y sólo entonces quedaba la oportunidad de Catarino Ventura. A esas horas la gente gritaba como enferma. Se puede asegurar que para ese momento el público ya nos quería más a nosotros, y nos aplaudía para que volteáramos el marcador. El Quiotelargo se paró frente al pícher de los Benavidos, a quien Sixto no dejaba de gritarle fuerte fuerte fuerte, pónchalo. Catarino falló en la primera pelota. Como sin ganas también hizo aire en la segunda. Reyes estaba listo para correr por la del empate cuando el pícher la aventó y Catarino la dejó pasar sin tirarle. El juez gritó ponche y nos quedamos a una carrerita mientras Sixto Benavides y su gente tiraban las cachuchas al aire, pegaban gritos, mentaban madres y daban manotazos de felicidad.
El Dientes de Oro fue con el juez y cobró su apuesta de trescientos pesos.
Luego se apersonó frente a Praxedis y le dijo que se llevaba a Gloria Venegas otra vez. Entonces con los ojos la buscaron entre la multitud y ya no estaba. Benavides frunció el ceño y estaba casi por encabronarse cuando lo paró Catarino Ventura.
-Nosotros la trajimos y usted la vio. A lo mejor mientras jugábamos nos madrugó y se fue. Hoy en la noche o mañana a más tardar se la ponemos delante. Usted espérenos, que nosotros vamos a cumplir.

Jaime Muñoz Vargas
Juegos de amor y malquerencia
Editorial Planeta Mexicana, S. A. de C.V.
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