
DIA DE MUERTOS.
Durante la cena con Fernando Savater, este tenía un motivo adicional para documentar su desasosiego: en dos días regresaría a España y todavía no había comprado las calaveritas de azúcar que su esposa le había encargado de modo muy encarecido. Nosotros, los que habitamos el vulnerado paraíso conyugal, sabemos lo que nos espera cuando incurrimos en el delito de no cumplir estas solicitudes-mandatos de nuestra Penélope particular. ¡Una cosa que te encargo y no te da Dios licencia de tomarte la molestia!... no te lo hubiera encargado algún amigo tuyo, porque tarde se te haría para cumplirle su gusto… pero claro, yo ya solo soy una costumbre que no merece ser tomada en cuenta… y mi terapeuta ya me lo había advertido… y mira que prometí no llorar, pero estas cosas, estos detallitos, duelen. Olvídense. Es como una prosificación de Yerma en versión intensa. Piensen que de por sí las señoras ya están cabreadas porque no las llevamos al viaje.
Pero volvamos a las calaveritas. Me llama la atención que la muy apreciable esposa de un maestro de ética español considere que estas edulcoradas artesanías, cuyo aprecio está a la baja entre los mexicanos, pueda ser para ella un objeto deseable (el obscuro objeto)
Año con año, la sociedad mexicana se craquela en el momento en que tiene que decidir de qué manera va a celebrar a sus muertos. En los extremos están dos sectores fundamentalistas: los que trascendieron la calabaza en tacha, prefieren ir a Disneyworld que a Mixquic (donde hay más turistas que en Disneyworld) y sin el menor empacho (este es un decir, porque a los niños que se zumban diez pelón pelorrico y veinte raciones de chilito lucas se les taponan hasta las vías linfáticas), celebran el Halloween y se disfrazan de Homero Adams, Pinky y Cerebro, George Bush, Condolezza Rice y otras bizarras fantasías californianas. Otro sector de México se aferra a las recias tradiciones mexicanas y ponen su ofrenda y van a los panteones y decoran sus hogares con el tradicional cempasúchil (zempoalxóchitl) de Oregon. Esta variante tonifica mucho a las criaturas que contraen pulmonorrabia en el panteón mientras rezan el rosario de veinte misterios y van siendo devorados por el lodo panteonero y las múltiples calaveras. Yo milito en el sector moderado y, aunque en lo personal, no celebro nada, , tampoco impido los audaces experimentos de sincretismo mestizo que se avienta la Hillary. En casa tenemos ofrenda y Halloween y cada quién decide qué cara le pone a sus muertos. Probablemente voy a decir una herejía, pero he observado que los maravillosos chiquillos y chiquillas la pasan mejor y se divierten mucho más con el Halloween que con el dulce de calabaza que, dicho sea con todo el respeto que merecen las tradiciones, sabe como a Corega caduco ( su única virtud apreciable es que les sella la boca durante dos horas porque la lengua se adhiere al paladar como diputado a la curul). De todo esto, lo único que concluyo es que el destino de México no está en juego y que cada quien es muy libre de celebrar del modo que le resulte más satisfactorio. Yo nomás me agacho, dejo pasar estos días y espero a que la vida regrese. Sé muy bien que mis muertos van conmigo y que en mi genoma están en sesión permanente. En cuanto desaparecen los niños vestidos de Gasparín, regreso a la calle a pasear en compañía de mis ancestros.
Germán Dehesa
¡Qué modos! Usos y costumbres tenochcas
Editorial Planeta.
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