ROGELIO
Rogelio no se percataba de que ya estaba muerto o se resistía sencillamente a aceptarlo. Por ello, una y otra vez, se salía de la fosa donde estaba enterrado y no era raro encontrárselo comiendo en algún restaurant cercano al cementerio. En algunas ocasiones nos iba a visitar al Retorno y se pasaba largas horas platicando sobre los viejos tiempos. Sin duda, varios de nosotros tratábamos de convencerlo de que ya era un cadáver y que apestaba bastante. No nos hacía caso y con una desfachatez increíble se presentaba en cualquier lugar y a cualquier hora.
Una noche lo acompañé de vuelta al panteón. Charlamos un buen rato Sobre todas aquellas experiencias que habíamos compartido cuando él aún vivía. Compramos unas cuantas cervezas y nos emborrachamos. Nos divertimos. Nos reímos. Gozamos. Lloramos. Al amanecer se despidió con una sonrisa. Se acomodó en su ataúd y cerró la tapa. Nunca más volví a saber de él, porque esa madrugada morí atropellado y mi mujer… mi mujer, decidió incinerarme.
Guillermo Arriaga
Retorno 201
Grupo Editorial Norma.
.
No hay comentarios:
Publicar un comentario