miércoles, 19 de agosto de 2009

NO FALTAN CATÓLICOS GENEROSOS



EL ÓBOLO DE LA VIUDA (21, 1-4)

Entraban y entraban peregrinos a la nueva Basílica de la Guadalupana: descalzos, en huaraches, de rodillas, los brazos en cruz, lagrimeando algunos, suplicando todos un milagro a la Virgen morena alumbrada ahora por racimos de lámparas en su templo nuevecito.
También Jesucristo y sus discípulos le rezaron un rato largo a la Virgen y oyeron misa de once.
Luego descendieron por la rampa hacia la zona de establecimientos comerciales. Más que un tianguis de pueblo, aquello parecía un supermercado donde se podía comprar de todo: desde estampas y artículos religiosos hasta discos y ropa. Un vendedor que no les vio cara de pobres trató de enjaretarles unos bonos guadalupanos, emitidos para costear la millonada de pesos que se ha gastado en la construcción de la nueva basílica -les explicó el vendedor-. Y gracias a Dios no faltan católicos generosos, como aquel señor, miren – y señaló a un hombre bien trajeado que caminaba rumbo al estacionamiento-. Acaba de comprar ochenta y cinco mil pesos en bonos guadalupanos. Así como lo oyen, sin aspavientos: sacó la chequera y zas, escribió ochenta y cinco mil pesos y se fue tan tranquilo. Es edificante, ¿no les parece?
Pese a sus esfuerzos por hacerles adquirir siquiera un bono, el vendedor no logró sacar un quinto a Jesucristo y sus discípulos. El maestro salió con ellos al atrio y juntos rodearon la construcción para dirigirse a la antigua basílica.
-Yo venía cada mes- recordó Pedro Simón.
-Yo cada año, en diciembre, cuando las fiestas- dijo Juancho Zepeda.
Se detuvieron todos porque Jesucristo se detuvo para observar de lejos a un anciano andrajoso que con voz muy bajita cantaba una canción mientras extendía su mano hacia los peregrinos. Una mujer encorvada, envuelta en un rebozo negro, se hallaba en aquel instante frente al mendigo. Se veía tan miserable como él y nadie se hubiera extrañado de encontrarle a las puertas de un templo pidiendo limosna. La mano temblorosa de la mujer hurgó en el interior de una bolsa de ixtle, hasta que al fin extrajo unas cuantas monedas que depositó en la palma callosa del anciano cantor.
-¿Se fijaron?- dijo Jesucristo a sus discípulos-. Eso sí es edificante, más que los bonos del tipo de los ochenta y cinco mil pesos.
-Sí, ¿verdad?
-Aquel dio nada más un poco de lo que le sobraba para un templo muerto, mientras esta mujer dio todo lo que tenía para un templo vivo.

Vicente Leñero
El evangelio de Lucas Gavilán
Joaquín Mórtiz.
.

No hay comentarios:

Publicar un comentario