lunes, 14 de septiembre de 2009

VIVA LA INDEPENDENCIA!!!






EL GRITO DE AJETREO

El episodio que sigue es tan conocido que no vale la pena contarlo. Voy a referirme a él brevemente nomás para no perder el hilo del relato y precisar algunos puntos que la leyen­da ha borroneado. Es el que empieza con mi cabalgada nocturna y termina con Periñón en la iglesia dando lo que ahora se llama el "Grito de Ajetreo".

Dicen que yo tenía tanta prisa por avisar a mis compañeros que la Junta de Cañada había sido descubierta, que reventé cinco caballos aquella noche. Que me detuve en Muérdago nomás el tiem­po que necesité para dar el mensaje y dejar que Ontananza y Aldaco montaran, desenvainaran espadas y gritaran " ¡a las armas!". Luego viene "el abrazo". Un pintor que quiso evocar mi llegada a Ajetreo, me representó sacando el pie de debajo de un caballo muerto, al fondo se ve la iglesia, Periñón está en el atrio y va co­rriendo hacia mí con los brazos abiertos. Dicen que apenas di la noticia Periñón hizo tocar a rebato, que llegaron los fieles corrien­do y que cuando se llenó la iglesia, Periñón subió al púlpito y gri­tó:

— ¡Viva México! ¡Viva la independencia! ¡Vamos a matar es­pañoles !

Que la gente le hizo coro, que él sacó una espada, que salió de la iglesia y que todos lo seguimos.

Es una visión inexacta. Si yo hubiera reventado cinco caballos hubiera llegado antes, o bien mucho después, porque no es camino en el que se pueda cambiar de montura con facilidad. Fui al paso que daba mi yegua. Era noche de luna y yo estaba lleno de miedos. A veces arrendaba para escuchar, creyendo oír galopes lejanos, a veces me espantaban las formas de los huizaches, el peor susto me lo dieron unos que iban por el camino buscando un becerro perdi­do. Miedos vanos, nadie me persiguió aquella noche. Llegué a Muérdago clareando, y desayuné con la familia Aldaco.

Siguen las horas perdidas que pasamos discutiendo. Ontanan­za aconsejaba cautela: dejar pasar el tiempo y esperar más noticias.

Aldaco y yo tratábamos de hacerle ver que no teníamos más que dos caminos: el de levantarnos en armas ese día y el de San Juan de Ulúa. Por fin lo convencimos. Cuando me puse en camino otra vez ya estábamos de acuerdo: yo iría a Ajetreo, ellos me seguirían al día siguiente con sus escuadrones, nuestro primer objetivo mili­tar iba a ser la ciudad de Cuévano.

A mi llegada a Ajetreo no hubo abrazo, porque Periñón no estaba. Había ido a visitar amigos que vivían fuera del pueblo. Sus sobrinas me dieron de cenar mientras Cleto fue a buscarlo. Periñón regresó pasadas las nueve y media. Pero apenas supo lo que había ocurrido en Cañada no titubeó.

Llamó a su gente en secreto y la armó. A la cabeza de ellos fuimos a buscar, primero al delegado Patino y después a los cuatro españoles que vivían en el pueblo.

—Dense presos en nombre de la independencia —les dijo Pe­riñón.

No hallábamos dónde encerrarlos. Por fin se nos ocurrió llevar­los a la cárcel. Hubo que soltar a los presos. Entonces oí a Periñón decir su primer discurso revolucionario:

—Libertad os doy —dijo a los presos— porque habéis sido vícti­mas de un gobierno injusto.

— ¡Viva el señor cura Periñón! —gritaron los presos.

Lo siguieron lealmente en su aventura. Todos murieron.

Cuando la campana tocó a rebato ya el peligro había pasado: los españoles estaban presos, los alguaciles desarmados, la ciudad en nuestras manos.

Periñón descolgó la imagen de la Virgen Prieta que estaba en el cuadrante, arrancó tres palos del bastidor y amarró el cuadró a una lanza, convirtiéndola en estandarte.

—Esta será nuestra bandera —dijo— y con ella venceremos. Cuando la iglesia se llenó, salió al presbiterio y gritó: — ¡Viva México! ¡Viva la independencia! ¡Viva la Virgen Prieta!

El pueblo le contestó:

—¡Viva el señor cura Periñón!

Ni él gritó " ¡vamos a matar españoles!" ni matamos a ninguno aquella noche. Periñón abrió una barrica del vino que él mismo ha­cía y nos dio a probar. Estaba agrio. Después dispuso guardias y nos fuimos a dormir.


Jorge Ibarguengoitia

Los pasos de López

Booket

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