LAS VISITADORAS
-¿El servicio de las qué?- suelta una carcajada el general Scavino-. Ni tú ni Victoria pueden tomarme el pelo, tigre. ¿Se han olvidado que soy calvo?
-Bueno, al toro por los cuernos- sella sus labios con un dedo el general Victoria-. El asunto exige la más absoluta reserva. Me refiero a la misión que se le va a confiar, capitán. Suéltale el cuco, tigre.
-En síntesis, la tropa de la selva se anda tirando a las cholas –toma aliento, parpadea y tose el Tigre Collazos-. Hay violaciones a granel y los tribunales no se dan abasto para juzgar a tanto pendejón. Toda la Amazonía está alborotada.
-Nos bombardean a diario con partes y denuncias- se pellizca la barbilla el general Victoria-. Y hasta vienen comisiones de protesta de los pueblos más perdidos.
-Sus soldados abusan de nuestras mujeres- estruja su sombrero y pierde la voz el alcalde Paiva Runhuí. Me perjudicaron a una cuñadita hace pocos meses y la semana pasada casi me perjudican a mi propia esposa.
-Mis soldados no, los de la Nación- hace gestos apaciguadores el general Victoria-. Calma, calma, señor alcalde. El ejército lamenta muchísimo el percance de su cuñada y hará cuanto pueda para resarcirla.
-¿Ahora le llaman percance al estupro?- se desconcierta el padre Beltrán. Porque eso es lo que fue.
-A Florcita la agarraron dos uniformados viniendo de la chacra y se la montaron en plena trocha- se come las uñas y brinca en el sitio el alcalde Teófilo Morey-. Con tan buena puntería que ahora está encinta, general.
-Usted me va a identificar a esos bandidos, señorita Dorotea- gruñe el coronel Peter Casahuanqui-. Sin llorar, sin llorar, ya va a ver cómo arreglo esto.
-¿Se le ocurre que voy a salir?- solloza Dorotea-. ¿Yo solitita delante de todos los soldados?
-Van a desfilar por aquí, frente a la Prevención- se esconde detrás de la rejilla metálica el coronel Máximo Dávila-. Usted los va espiando por la ventana y apenas descubra a los abusivos me los señala, señorita Jesús.
-¿Abusivos?- salpica babas el padre Beltrán. Viciosos, canallas y miserables, más bien. ¡Hacerle semejante infamia a doña Asunta! ¡Desprestigiar así el uniforme!
-A Luisa Cánepa, mi sirvienta, la violó un sargento, y después un cabo y después un soldado raso- limpia sus anteojos el teniente Bacacorzo-. La cosa le gustó o que sé yo, mi comandante, pero lo cierto es que ahora se dedica al puterío con el nombre de Pechuga y tiene como cafiche a un marica que le dice Milcaras.
-Ahora indíqueme con cual de estas personitas quiere casarse, señorita Dolores- pasea frente a los tres reclutas el coronel Augusto Valdés-. Y el capellán los casa en este instante. Elija, elija, ¿cuál prefiere para papá de su futuro hijo?
-A mi señora la pescaron en la propia iglesia- se mantiene rígido en el borde de la silla el carpintero Adriano Lharque-. No la catedral, sino la del cristo de Bagazán, señor.
-Así es, queridos radioescuchas- brama el Sinchi-. A esos sacrílegos lascivos no los contuvo el temor de Dios ni el respeto debido a su Santa casa ni las nobles canas de esa matrona dignísima, semilla ya de dos generaciones loretanas.
-Comenzaron a jalonearme, ay Jesús mío, querían tumbarme al suelo- llora la señorita Cristina-. Se caían de borrachos y hay que oir las lisuras que decían. Delante del altar mayor, se lo juro.
-Al alma más caritativa de todo Loreto , mi general- retumba el padre Beltrán-. ¡La ultrajaron cinco veces!
-Y también a su hijita y a su sobrinita y a su ahijadita, ya lo sé, Scavino- sopla la caspa de sus hombreras el Tigre Collazos-. ¿Pero ese cura Beltrán está con nosotros o con ellos? ¿Es o no capellán del ejército?
-Protesto como sacerdote y también como soldado, mi general- hunde vientre, saca pecho el mayor Beltrán-. Porque esos abusos hacen tanto daño a la institución como a las víctimas.
Mario Vargas Llosa
Pantaleón y las visitadoras
Editorial Planeta.
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