EL ANILLO
(Fragmento)
…Francesco saca un billete de cien euros. Está orgulloso. Dice que se casará antes que los otros y que la boda la celebrará en Sorrento. Los demás ríen, le envidian, pero saben de dónde viene ese dinero. Los cuatro muchachos se mantienen lejos de los clanes. Demasiado peligro, demasiada fatiga. Salvo Francesco. Mientras tanto, aquellos siguen pasando una y otra vez. Esta vez Francesco lo comprende .Trata de alejarse, despidiéndose rápidamente de los muchachos. Vincenzo, Guisseppe, Mirko y Simone no entenden qué sacede. Los tres que estaban acechando allí en la plaza desde hacía horas empiezan a correr hacia él, sacan las pistolas, los muchachos escapan. Francesco está ya delante de ellos. Los tres tipos tienen las pupilas dilatadas, van atiborrados de coca. Son hombres de Bidognetti, el clan rival, enviados a castigar a Francesco. Corren, corren, cargan. Vacían dos cargadores Smith & Wesson. Cuando se dispara con una pipa tan pesada la puntería requiere la habilidad de un francotirador. Solo produces ruido y miedo, pero no alcanzas ningún objetivo. Los muchachos logran huir, se meten en un callejón sin salida, pero al final, si logran escalar el muro que separa un pequeño parque de la calle, podrían conseguirlo. Francesco pone los pies en los agujeros de los ladrillos que faltan, está ya encima del muro. Lo ha escalado en pocos segundos. Le disparan siete veces. Solo una le da en la clavícula, pero ni siquiera se da cuenta. Cuanto una bala te toca de cerca, la herida cauteriza de inmediato y el miedo te impide sentir nada, te das cuenta luego, bajo la ducha, en cuanto el agua caliente te hace salir la sangre del orificio. Se deja caer por el otro lado del muro. Está a salvo. Mirko y Guiseppe parecen dos muñecos articulados. Corren sin aliento. No pueden parar, y los dos se lanzan con fuerza contra el muro. Escalan los ladrillos de toba agarrándose hasta con las uñas. Disparan contra ellos cinco veces. A Mirko le rozan bajo el abdomen, a Simone la rozan en el codo. Solo una raascada en la piel, nada más. Saltan el muro. Están a salvo. Los matones están sin aliento, sofocados por la coca, tratan de escalar. Se caen una y otra vez, no lo consiguen. Oyen que al otro lado los chicos están escapando. La gente ha llamado a la policía. Pero no pueden volver con las manos vacías. Vincenzo y Guiseppe no han corrido hacia el muro. Han empezado a llamar a un montón de puertas. No entendían por qué se les agredía. Nadie les abre. A pesar de conocerles, a pesar de ser los hijos de Rosetta y de Paola, dos señoras conocidas en todo el pueblo, nadie les abre. Y sin embargo todos les han visto desde niños crecer en la plaza. Pero no abren. No saben en qué se han convertido ahora que son mayores. Ellos aporrean las puertas. Les abre una páreja de jubilados. Solo una pareja. Conocen a Guiseppe, al que incluso llaman Peppino. Por supuesto, le encargaron a él el armario empotrado cuando se casó su primera nieta. Abren, y los dos muchachos entran. Los ancianos les ofrecen un vaso de agua y llaman a los carabineros. Les tranquilizan, tratan de saber qué ha sucedido en este pueblo que tan bien conocen. Les gustaría poder decir que todo es distinto, que ya no lo reconocen de cuando eran jóvenes. Pero lejos de ello, lo reconocen perfectamente. Siempre ha sido así. Quizá antes era incluso peor. El lugar común del anciano que añora el pasado en esta tierra se disuelve miserablemente. A los pocos minutos, sin embargo, vuelven a oir que alguien llama a la puerta. Golpean con los pies y con la culata de la pistola. Los muchachos gritan: “ ¿Qué queréis? ¡Nosotron no tenemos nada qué ver!”. Pero los hombres de Bidognetti tienen que castigar a Francesco, y dado que ha escapado, ahora deben aplicar el castigo por persona interpuesta. Aunque no sea Francesco, los capos considerarán equivalente el castigo aplicado a alguien próximo a él, un conocido, un paisano, alguien con el que estuviera hablando. A los Bidognetti les llaman “los Medianoche”, porque la noche más negra cae sobre todas sus acciones militares. Entre los tres derriban la puerta, los muchachos tratan de escapar por la ventana de la cocina, pero los matones son hábiles y están enrabiados…
Roberto Saviano
Lo Contrario de la Muerte
Random House Mondadori.
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