
(Fragmento)
Se afirma generalmente, y por modo especial en los Estados Unidos, que un hombre no debe consentir que el amor le coarte en su carrera y que si lo consiente es necio. Pero en esto, como en todos los asuntos humanos, es necesario el equilibrio. Sería insensato, aunque en algunos casos pueda ser de un heroísmo trágico, sacrificar enteramente la carrera al amor, pero es igualmente insensato y de ningún modo heroico sacrificar el amor a la carrera. Así sucede, no obstante, y sucede inevitablemente, en una sociedad organizada sobre la base de una rebatiña universal del dinero. Considérese la vida del hombre de negocios típico en los Estados Unidos: desde que empieza a ser mayorcito consagra sus mejores pensamientos y lo mejor de su energía al triunfo económico; todo lo restante son simples pasatiempos sin importancia. En la juventud, satisface de tiempo en tiempo sus necesidades físicas con prostitutas; se casa pronto, pero sus quehaceres son totalmente distintos de los de su mujer y nunca llega a verdadera intimidad con ella. Llega a su casa tarde y fatigado de su oficina; por la mañana, sale antes de que su mujer se despierte; gasta el domingo en jugar al golf, porque necesita hacer ejercicio para estar en disposición de continuar la lucha por el dinero. Los quehaceres de su mujer le parecen esencialmente femeninos y aunque los apruebe, no hace la menor intención de interesarse en ellos. No tiene tiempo para amores ilícitos, como tampoco lo tiene para el amor conyugal, auque puede, claro está, en ocasiones y de paso que sale para algún negocio, visitar a una prostituta. Probablemente su mujer es fría en amor, cosa que no es maravilla, porque el marido no tiene tiempo de enamorarla. Subconscientemente, el marido está descontento y no sabe por qué. Ahoga en el trabajo su descontento y a veces en otras ocupaciones menos recomendables, por ejemplo, buscando el sádico placer derivado de asistir a un boxeo, o persiguiendo a los radicales. Su mujer, igualmente insatisfecha, encuentra una salida en la cultura de segundo orden y en fomentar la virtud molestando a todos los que llevan vida generosa y libre. De esta manera, la falta de satisfacción sexual se convierte en odio al género humano, bajo el disfraz del espíritu público y de un tipo de moral muy elevado. Esta concepción tan desdichada, se debe grandemente a la concepción errónea de nuestras necesidades sexuales. Al parecer, San Pablo pensaba que lo único necesario en un matrimonio era la oportunidad para el comercio sexual, y esta idea ha sido en general mantenida por la doctrina de los moralistas cristianos. Su aversión al sexo los ha cegado respecto de los rasgos más finos de la vida sexual, de donde resulta que quien ha recibido esa enseñanza en su juventud, va por el mundo sin ver lo mejor de sus propias facultades. El amor es mucho más que el deseo sexual: es el medio principal de librarse de la soledad que aflige a casi todos, hombres y mujeres, durante la mayor parte de su vida.
Bertrand Russell.
Antología
Siglo XXI Editores.