lunes, 10 de agosto de 2009

FUE COMO UN REPROCHE






NO ENTENDERÍAS

(Fragmento)


Caminaba demasiado rápido y la niña tenía que apresurarse para marchar a mi paso.

Se detuvo, alzó los ojos, me miró para cobrar aliento y un tanto avergonzada preguntó:

-Papi ¿existen los enanitos?

-Bueno, existen en los cuentos.

-¿Y las brujas?

-También, pero sólo en los cuentos

-No es cierto

-¿Por qué?

-Yo he visto brujas en la tele, y me dan mucho miedo.

-No tengas miedo. La televisión pasa cuentos –en que salen las brujas- para divertir a los niños, no para que se asusten.

-Ah, entonces todo lo que pasan en la tele son cuentos.

-No, no todo. Es decir, como explicarte… No entenderías.

Oscureció. Un firmamento cárdeno surcado de nubes plomizas. En los botes de basura comenzaba la putrefacción de los desechos dominicales –periódicos, latas de cerveza, envolturas de sándwiches. Bajo el rumor lejano del tránsito se escuchaban caer en la hierba gotas de lluvia escurridas de troncos y hojas. El sendero atravesaba un claro entre dos arboledas. En ese momento llegaron hasta mí los gritos: diez o doce niños habían cercado a otro. De espaldas contra un árbol los miraba con temor pero no gritaba para pedir auxilio o piedad.

Mi hija volvió a tomarme de la mano.

-¿Qué están haciendo?

-No sé: peleando. Vámonos de aquí. Andale, apúrate.

La frágil presión de sus dedos fue como un reproche. Se había dado cuenta. Yo era responsable ante ella. Y a la vez mi hija representaba una coartada, una defensa contra el miedo y el exceso de culpa.

Quedamos inmóviles. Alcancé a ver el rostro –la piel oscura enrojecida por las manos blancas- del que era golpeado alegremente por todos. Grité que se detuvieran. Sólo uno se volvió a mirarme e hizo un gesto de amenaza y desdén. La niña contemplaba todo aquello sin parpadear. El muchacho cayó y en tierra fue pateado. Alguien lo puso en pie y lo abofetearon de nuevo. No me atreví a moverme. Quise pensar que si no me movía era para proteger a mi hija, por la conciencia de que yo nada podía hacer contra los doce.

-Papi, diles que no hagan eso, regáñalos.

-No te muevas: espérame aquí.



José Emilio Pacheco

El viento distante

Editorial Era.


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